sábado, 8 de agosto de 2015

fábulas

Hilario me arregla la ventana del salón. Más luz, más aire. Hablamos de Domingo Ladrillo. Ahora está pendiente de Pimpinela.
--El marido fue quien lo libró de que se le quemara la casa.
--¿Y aquella que...?
--Esa es pamparahoy...
Pimpinela sale a regar el jardín. Seguro que Domingo está todavía dormido. Si no, estaba al asecho, haciéndose el encontradizo. Tanto acecharlo, ya lo tengo visto. Cazar a un animal es verlo bien, saber sus rutinas. El caso es que apareció la cámara. Marcelino pasó por el bar de la calle Noria, donde no fuimos saludados ni por el sabio ni por la dama variopinta de memoria clara. 
La leche de Jirafa en la columna, un perenquén metido en el buzón que vi por la mañana: señales de que esa cámara iba a reaparecer. 

Los cuerpos de revistas guarras los compuse de nuevo en otro cuadro. Mezclé el acrílico con semen. El resultado es apariencia de mayor volumen y de textura metálica. La segunda operación es mezclar el semen con el óleo, para cubrir restos no mezclados. El cuadrito quedó muy bien. Cruzo una etapa de pop expresionismo que imagino me va a durar un tiempo. Todavía me queda afinidad pornografica humana, antes de pasar a la obscenidad pornográfica de Santa Cruz. Ciudad de emociones escatológicas. 

Me entretuve fabricando fábulas esta mañana. La primera, escatológica. 

fabula de la rata comelona

En el Puerto
encontré un muerto.
le faltaba un ojo,
era un muerto
tuerto
en el Puerto.
Le faltaba la lengua,
era un mudo muerto
en el puto Puerto.
Le faltaba el órgano
de cumplir sexual;
qué cosa fatal,
estaba capado
el muerto del Puerto,
qué pena me da.
Lo abrí por dentro
al hombre muerto
y me comí el corazón.
Los demás restos
los dejé en el Puerto
en contenedor.


Las otras dos son más comunes, más digestivas.

1.
En Arona
vi a una mona
y me enamoré.
Me pidió casorio,
entonces me lo pensé.
Le dije dice la Ley
de la ministra Soraya
que casar mona y humano
es altamente ilegal.
Y me respondió la mona:
--En nuestra Ley animal
la ministra es una paya;
nos casamos, no te vayas.


2.
Me salen las fábulas
por casualidad,
encuentro una flauta,
no paro de soplar.

Usted ya conoce
fábula de Iriarte;
la mía es distinta,
es de una burra
que no era flautista.
La vi en la autopista,
hacía auto stop.
--¿Me llevas a Anaga?,
rebuznó la burra.

Y pensé yo:
no se te ocurra
dejar de llevarla;
como es una burra
te pega una coz.

Le puse la albarda
para montarla.
Bailadero de Brujas,
enseñadero de idiomas,
ahora mi lengua rebuzna
en la brisa de la loma.


Y se acabaron las fábulas. Bajé a la ciudad a ver si pasaba por un bellasartes a comprar pinceles y tubos de rembrant. Ni Rembrant ni Velazquez. Los rostros de mi amor tendrán que esperar.
Pero Hilario arreglo la ventana. Y como igual que lo privado desemboca en lo público, lo público desemboca en lo privado. Dejamos de hablar de las aventuras de Domingo, e Hilario me narró parte de su historia personal.
--Yo tenía dos mujeres, me gustaban las dos, y me quise casar con una pero ella no quiso. Me casé con la otra. Tuve hijos con las dos. Una murió a los cincuenta años y mi mujer a los cincuenta y cinco...
Llovizna sobre el papayero del jardín.



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