domingo, 21 de junio de 2020

Anoche estaba leyendo a Obregón (Espinel) cuando primero asomó por la página uno de esos bichitos (¿como se llamarán?), uno de esos bichitos que viven en los libros viejos (la edición es de principios del XIX), le di una sacudida, un revés de mano, lo lancé a la puñeta y, segundo, se fue la luz. En ese momento el Obregón había recibido una traquina de unos campesinos italianos, por comportarse en plan godo español, y el hombre estaba inventando la manera de que lo dejen libre, cuando se fue la luz. Pienso ahora en la venganza del bicho golpeado (don Juan Matus decía que esos bichos son los guardianes entre los mundos, y son los que te permiten el acceso a realidades insospechadas). Pero no caí en la cuenta en ese momento, así que lo que pensé es que ya se iniciaba la fin del mundo. Miré a la calle si había luz y había luz. O sea, nada de apagón mundial. Bajé a los plomos --antes se llamaba así, ahora no sé-- y bajé y subí las palancas y nada. Oscuridad. Pensé que era cosa de la casa y me dije, vaya por dios, otro problema. Salí a la calle a ver si dentro de las casas de los vecinos había luz. A las dos de la madrugada. Nada, ninguna luz. Todas las ventanas apagadas. No toque en la puerta de Celonia, a preguntarle si tenía luz, porque vive con el cuñado. En la del vecino Nicolás tampoco toqué. Hubiera despertado también a su mujer y la pobre amaneció con dolor de cuello. Encima oír el timbre... ¿qué timbre?... sin luz no suena, pero como soy un retrasado esa idea se me ocurre ahora, no en el momento. En fin, que voy a la calle de abajo, y todo iluminado. Ya me estaba haciendo una estrategia para vivir sin electricidad, cuando la luz volvió.¿Qué pasó? No me he enterado.

El club de lectura es una aventura. Pero es larga de contar. A lo mejor mañana.

El Sur me está llamando. A veces echo de menos el coche. Sobre todo las noches de insomnio cuando me hastío de estar dentro de casa y me dan ganas de coger carretera. En mejores tiempos lo hacía. O iba a San Andrés a dar con Chani y ponernos guapos en el bar Castillo, o cogía más lejos. Alguna vez llegué al Teide. Noche cerrada. Pero nunca vi ningún ovni.

Ben Liza en su blog cuenta hoy una tarde de compras en gran superficie. Parece un episodio sacado de Barrio chino. Como me dé la venada lo incorporo, a mi manera.

Envío por fin el prólogo para... bueno, brillante me dice la destinataria. Ya será un poco menos pero respiro, me tenía ese prólogo cogido por el cuello. Al final lo he resuelto, no del todo mal.

Nicolás le puso nombre a los dos tizones de afuera. A uno Flecha, y al otro Flecha Rota, porque le quitaron el rabo. Están a ver quién se queda con las mejores lagartas. 

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