miércoles, 10 de junio de 2020

Hay mensajes que parecen venir en paloma mensajera. El de Juan hoy por la mañana. Cenas con Juan en el exquisito japonés y veladas en la exquisita casa de las bellas no durmientes, tendría que reflejarlos en Barrio chino. Juan desde mi punto de vista, tiene la ventaja de ser un isleño sin sangre aborigen. Me pongo a pensar en los descendientes aborígenes que he conocido, y las cuentas no me salen. Es como si los colonizados hubieran aprendido del conquistador sus peores artes marrulleras. Esto pienso a veces. Otras veces no pienso nada.

Entra Nicolás. Tengo la puerta abierta, para que entre el aire. O me pide un cigarro o me pide papelillos. Su mujer estuvo alimentándome en la cuarentena, y el agradecimiento es naturaleza.

--Yo creo que Miguelito es racista --me dice, como si se acabara de enterar. Todos los días de ventana a ventana discutiendo de política, con Miguelito preocupado porque las islas se van a llenar de negros, y ahora Nicolás se entera que es racista.

--¿Qué más da? --le digo--. A lo mejor ahora son peores los antirracistas que los racistas.

Se me ocurren versos de un misógino. Uno que odia a toda la humanidad y a todas las razas y desea que venga ya la gran guerra y que el planeta se parta en mil pedazos y se vuelva meteoritos. Pero creo que voy a parar estos poemas de ahora en fb, con personajes que atentan con descaro contra los diez mandamientos.  Porque el siguiente estaría en boca del rey emérito, escupiendo sobre la plebe de denunciantes. Y entonces sí que ya tengo cerradas todas las puertas y postigos. Este tipo de canto, a lo maligno, cabe en una obra de teatro, con el autor al margen de lo que dicen los personajes, pero publicarlos a palo seco puede llevar a confusiones, Además, debería salir de tal entretenimiento e indagar en lo que realmente importa. La palabra que lleva a la verdad, sin añadir más telaraña a las apariencias y espejismos del mundo. Pero yo ahora estoy más en el mundo que en mi mísmo. Porque cuando estoy en mí mismo estoy sintiendo una muela a la derecha de la boca, ordenándome que me calle y me ponga a hacer lo que tengo que hacer, y que me bañe todos los días, y que me corte ya la barba, que todavía no soy ni sabio ni santo...

Aunque no duermo de noche, subo al dormitorio a seguir leyendo las aventuras del escudero Obregón, El principio fue un poco pesado, mucha diatriba moral, pero se esmeró el narrador en eso y nada tiene desperdicio. Además sus consejos son muy apropiados. Lengua de culebras llama a las que hablan mucho, sobre todo las maldicientes y las lisonjeras. Cinco páginas se pega hablando contra lo habladores. Los lisonjeros son los que llaman guapa a la fea e inteligente al patán. Sin embargo, un par de capítulos antes el tal escudero le dice toda clase de piropos a una mujer que era un dechado de in perfecciones --cara con pelos, dientes cariados, ojos torcido y legañosos...-- para sacarle un beneficio importante: cena y alojamiento. (Una versión de la fábula de la zorra y el cuervo).

Me gusta Espinel, o el escudero Obregón, porque tiene explicaciones y solución para todo. Me gustaría saber lo que hubiera dicho sobre un caso donde unos inquilinos negros (con una mediadora inmobiliaria golosa de negros y que se los ha comido a todos) hace tiempo que no pagan nada a la persona que les alquiló la vivienda. De la Justicia, Espinel suele hablar bien. De los gitanos no tanto. Los que han aparecido hasta ahora son para tenerlos lejos. Otro racista.

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