sábado, 20 de junio de 2020

El tocayo Jesús el cabezón ya me arregló esto. Ya puedo seguir escribiendo las tonterías que escribo, letras y más letras que mañana, si es la fin del mundo, habrán sido vanos ruidos.

Juan, el vecino guardia civil, murió hoy. Recuerdo algunas aventuras con él, viajando a rincones donde nadie ajeno se acerca sin peligro. En su casa también me recibía, y su humor era contagioso, y sus aventuras en el cuerpo las tengo aún en la memoria. Si pudiera contarlas como él la contó, valdría la pena.

Celenia goza de una salud de hierro. Ahora no viene por mi casa. El peso de las malas lenguas se lo impide, pero yo a veces la visito cuando sé que está sola. Aunque el acechador de la ventana frente a su casa coja recortes y cuente. El ojo ve, el oído oye y la lengua cuenta. A veces demasiado, pero ¿qué puedo reprochar que yo no haga?

Ibrahim comienza a tomar color. La escalinata se llena de historias. Saber ver y oír es saber contar. No se tiene más mérito.

Lo hablaré con Juan Royo cuando abran los sitios de buena comida y la casa de las bellas no durmientes. Y ahora tengo que mandar un prólogo. Uno anterior, para otra autora, que hice, me salió de corrido porque la obra no era del todo lograda todavía pero podía llegar a serlo. Además con sexo explícito, sin subterfugios. Este de ahora está siendo más complicado. La obra es buena. Iluminar lo que está aún defectuoso es sencillo, en poesía. Pero lo que está ya de por sí iluminado, ¿qué luz se le puede añadir?

Sigo leyendo las aventuras de Marcos de Obregón. En el prólogo se dice que la también novela Gil Blas de Santillana, escrita por un francés, el autor copió la de Espinel. Copió hasta cierto punto, porque con las mismas aventuras supo hacer una mejor novela. Obregón tiene tres romances hasta ahora, pero ninguno le sale bien. Uno con una vizcaína, pero cuando está a punto de folgar con ella, aparecen unos bandoleros que lo hacen huir y se quedan con la bilbaina. Me llamó la atención de este episodio, que pone a los bilbaínos --cortados por la misma tijera que los sevillanos--como gente que --dicho en astturiano-- tiene más grande el cuellu que el botiellu. Otro romance de Obregón es con una casada que lo incita en el templo, pero cuando ya está bajo la ventana, a punto de escalar, llega el marido y se jode el invento. El otro es cuando está prisionero en Argel: una niña, hija del corsario moro que lo apresó, se enamora de él perdidamente, pero como es un caballero no se aprovecha. Entre líneas se adivina que no se aprovecha por temor a perder la cabeza, con el machete del moro. En fin, ahora voy por donde logra librarse de la esclavitud y volver a España, donde matan a los toros a garrotazos.

Marcelino compró una novela del autor francés que descubrí leyendo Los miserables. Autor libertino pero de una cuerda contraria a Sade. Le dije que me la prestara cuando  la acabase. Creo que me dijo que sí. ¿Me la prestará, no me la prestara...? Arranco una margarita de las que crecen frente a la casa de Juan en paz descanse. No desperdicio ni un pétalo. Me los voy comiendo. Dicen que contiene un calcio especial, muy curativo. Los cochinos sí que saben.


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