martes, 30 de junio de 2020

Por la tarde fui con K, en su coche, a un lugar digno de Orson Welles. Ramificaciones de callejuelas torcidas e inclinadas, paró el coche al fondo de un callejón sin salida. Casas de autoconstrucción sobre riscos a distinto nivel. Entre las casas, en el aire, un gran tubo, color óxido, cortando el cielo. Al lado de donde paró el coche un tartaguero, con sus racimos de semillas del diablo de un verdor luminoso.
--¿Y ese tubo?
--Es el de la mierda, por ahí pasa toda la mierda --dijo K.
--¿Cómo se llama este sitio?
--No tiene nombre.
Dar la vuelta al coche para salir no  es sencillo. Una chica le dice cómo. Salimos.
--¿Dónde resolvemos esto?
--En el mirador.
Llama el mirador al aparcamiento que hay sobre la plaza del mercado, sobre el bar de Ibrahim. En la parte arriba del barranco. Un precipicio delante y enfrente la montaña del antiguo camino de las lecheras.
La materia del lugar sin nombre es excelente. La visión se expande y el cuerpo se colma de una iluminación chamánica.
--Si ves a Tanganillo, y te pregunta...
--No te preocupes. Él es discreto y respetuoso.
Pero Tanganillo está en la escalinata, y al verme bajar del coche con K, por la mirada sé que comprende la movida. Los comerciantes son así. Les deprime que les roben clientes.
El antiguo cabrero, hombre joven aún, figura de gorila menor, me cuenta que estuvo con el cazador el domingo comiendo en el valle de La Orotava.
--Queso de entrantes, una bandeja de carne cabra que estaba como mantequilla, cuatro medias de vino, postre...
--¿Cuánto fue? --le pregunto, cada día más materialista.
--21 euros, y los chupitos los invitó la casa.
Me intereso por el sitio. Dice que se llama Casa Antonillo.
S también habla de adonde fueron a comer el domingo él, K y el Cabeza. En La Corujera, Santa Úrsula, también barato y la comida exquisita y abundante. Me enseña una foto de una enorme chuleta, churruscada, y se me hace la boca agua. Parece percibirme el paladar.
--El domingo te avisamos y vienes con nosotros.
Pido una cerveza a Ibrahím. Meto un euro en la máquina. Me da un bono. Subo arriba. En todos los cuadritos el pescadito. Me acordé de ayer con M contando cómo se le perdió un pescado, por descuidarse y aflojar la  caña.
--Si aflojas es raro que no se escape. Hay que tirar para arriba para que se les clave bien el anzuelo.
Menos mal que no había señoritos remilgados escuchando. En Ibrahim no hay señoritos. Sus clientes son trabajadores de base y comerciantes menudos.
Ha visto los movimientos que me tengo con el portátil y el Cabeza, mi tocayo el informático. Me dejó el portátil limpio y absolutamente funcionando. Ibra si escribe una novela es un éxito de venta. De todo se entera.
--¿Jesús --se refiere a mi tocayo-- te está enseñando a manejar el ordenador?
Le digo que no, que me lo estuvo arreglando.
Hace un gesto para saber lo que me cobró. Estos gomeros. Le digo que una menudencia.
Sé que la máquina está vacía, con hambre y no va a vomitar. Antier saqué cien euros, ayer 80 y hoy 32. Si Juan me avisa pronto, seré yo quien lo invite, si vamos a Casa Antonillo o a La Corujera. Si a un restaurante de lujo, entonces puede tardar más y seguir invitando él. Es hombre de palabra. No es como Ramón.
El viejo presumido que todavía está soñando con que la máquina le dé 500 euros, dice si voy a jugar. Le digo que no.
--Entonces juego yo.
--Sí, llénala, y cuando la llenes juego yo --le digo.
El amigo que está con él se ríe. Es mi estigma. Hablo en serio y me oyen en broma.

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