domingo, 1 de noviembre de 2009

Dama de negro (continuación)

Me recibió con un vaporoso traje de noche sin nada debajo. Unos pendientes de jade colgaban de sus orejas y de su cuello pendía una cadena con filigranas modernistas. Una pulsera no menos preciosa, no menos cara, embellecía su muñeca izquierda.

--Yo soy el isleño, señora --dije

--De hoy hasta mañana al desayuno, quiero que me llames puta... a veces sueño que soy Mesalina o Matahari... --dijo, después de unos segundos de silencio observador, y como dándome el visto bueno.

--Mientras no sueñe que es Judith.

Me golpeó ligeramente la cara. Uno de aquí, cuando le tocan la cara, si no responde con contundencia no vale nada como hombre. Pero hay excepciones, sobre todo cuando se trata de una clienta ilustre, que tiene todo el derecho a golpear todo lo que ella quiera. Consciente de su poder, me condujo como a un perrito al lecho mortuorio.

En su dormitorio todo era negro, colchón negro, sábanas negras, manta negra, mueble bar negro. Sólo su cabello rubio y su piel blanca desentonaban en aquel recinto nocturno. Comprendí entonces los sobres, negros como la muerte, que me había llevado la cartero a la casa de mi padre a lo largo de este año... Año del Buey. Menos mal que yo no soy Sábato. Me hubiera dado que pensar. Pero como no soy ese escritor argentino, me dio por beber. Un ron de cuarenta años. Tardaré en probar algo parecido. Ella se sirvió un escocés con los mismos años.

--Comienza a conocerme --dijo.

--Sé que es usted ingeniera industrial y licenciada en Ciencias Económicas, y que odia a los fumadores.

--Todo eso son superficialidades. Te digo que me conozcas por dentro.

Su vestido había abandonado su cuerpo. Yo susurré en sus oídos ochenta mil veces puta Elen, puta Elen, puta Elen... y cuando amanecía, los pájaros de la noche dejaron de cantar. Después, cuatro o cinco horas de sueño. Despertamos y media hora más tarde estábamos en la cocina.

--Buen servicio... es usted insuperable, caballero. Pídame lo que quiera --dijo, mostrándome un cheque aún por rellenar.

--La independencia de Canarias --dije, pensando en mi amigo Anghel.

--Con la llegada de los españoles --tensó su voz-- pasastéis directamente de la edad de piedra a la del acero, aprendistéis lo que era un carro y a construir casas como es debido, y a fabricar arados romanos con acero templado y a usar a los animales de carga... mejor nos besabáis el culo en señal de agradecimiento... pero --destensó el tono de su discurso-- debo reconocer que vosotros los canarios tenéis algo que...

No la dejé terminar la frase. Sellé sus labios con ese algo que ella decía que tenemos.

--¿Qué número de cuatro cifras quieres que ponga en este cheque? --dijo, después de saborear el algo.

--No quiero cheques, sino librarme de todo esto --dije, y abrí el maletín, y puse delante de sus ojos el contenido de los sobres que, por su graciosa autoridad, la señora de Correos en el pueblo había transportado hasta la casa de mi padre.

--Ja ja ja --rió por primera vez desde que la empecé a conocer--. Mucho me pides, pero te lo mereces. --Y en pocos minutos, mediante una llamada telefónica, cometió prevaricación, cohecho y tráfico de influencias--. Sin el dinero de los delitos, mal se sostiene un Estado... Volveremos a vernos, pero por favor, no me pidas la independencia... sería capaz de hacerte caso, y eso arruinaría mi carrera política.

Le arreglé un rizo rebelde de su cabello rubio y cuatro horas más tarde estaba yo otra vez volando de regreso a Tenerife. Cuando llegué a la isla, llamé a Marcelino para celebrarlo. Fuimos a ver una película-documental en el TEA, sobre lo mal que estaba la Sanidad en EE.UU. y lo bien que estaba en Canadá, Londres, París y Cuba. A la salida nos encontramos con el teaísta José María Lizundia y un amigo, acechando a los antiEE.UU. que salían de la sala de los sillones blancos. Y más tarde... Bueno, más tarde es otra historia, y parte de esa historia ya la contó el amigo Lizundia en su blog.

3 comentarios:

Ramón Herar dijo...

MEJORA A LA LICITACIÓN CULTURAL DEL MOMENTO:

Estoy con Ai Wei Wei o el arte de poner el dedo del corazón en alto. En su elocuente serie “Study of perspective” Wei Wei nos enseña la virtud de la irreverencia, la tremenda liberación simbólica que nos otorga el atrevernos a levantar un dedo tan sensible ante los iconos de poder del mundo. Y es que no hay poder sin aura, ya lo planteaba Benjamin en una lectura todavía demasiado romántica del arte, pero también en la arena política, si no, que se lo pregunten al capital simbólico de Bourdieu o a los repertorios disciplinarios y sus consecuentes efectos de verdad de Foucault. Sin embargo, todavía con más razón se da en ese engendro llamado política cultural, que no es sólo una combinación de ambos campos, retroalimentándose, sino más una extensión del primero (la política) con el barniz del segundo (la cultura). A Campanilla no le gusta que en el programa se hable de tales temas, menos aún cuando la cosa va de nacionalismo, a no ser (creo yo) que la cosa se aborde más poéticamente. Bueno, se hará lo que se pueda, por lo menos por mi parte, aunque conste que el poeta es Jesús. Pero volviendo al caso de la política cultural, y el otro día hablábamos del TEA, cine Víctor, Auditorio, plaza de España, bibliotecas, etc. Podemos estar con José María y deleitarnos en la modernidad del “nuevo” Santa Cruz, al modo del buen flâneur, porque de hecho está para eso, para seguir viéndonos en el carro de la modernidad, a la altura de las grandes ciudades europeas, con el glamour de las obras de sus grandes arquitectos: los Calatraba, Herzog, Perrault, etc. Mientras, los negocios se van cociendo a su sombra, bajo el aura, bajo el “fulgor”, de la construcción como arte (la palabreja ya hay que debérsela a Juan Royo). No no, si no está mal, pero a qué precio pregunté yo ¿Podemos realmente permitirnos ese dispendio? Para los del trapicheo presupuestario y para los disfrutadores más estéticos de la modernidad, desde luego que sí. Pero la manta es la que es y si tiramos para arriba, para liarnos la cabeza con ella (que se suele decir) los pies se nos quedarán fríos. La discusión se acalora por momentos y Jesús, en un alarde de sabiduría, explota diciendo “¡No no, no hablemos más de cultura! Y yo me acordé de aquella frase de Goebbels diciendo ¡Cuando oigo la palabra cultura meto mano a la pistola! Cultura, ay, qué señorita más vilipendiada. Por eso, de vez en cuando, yo me apunto al arte (también moderno) de Wei Wei. No sé si finalmente servirá de algo más que de gesto antiaurático o para concebir, todavía, otra clase de cultura o de política cultural. Desde luego, nos saldrá mucho más barato que otros gestos, en la sana idea de vivir sin dejar de imaginar nuevos mundos posibles.

NOTA: No puedo adjuntar las reveladoras imágenes de Wei Wei (el blog no me deja), pero a quien interese, la socorrida opción de google siempre nos puede servir.

Jesús Castellano dijo...

Cuando desprecio la palabra "cultura", me hago eco de lo que decía Agustín García Calvo, a quien tuve el gusto de conocer y leer alguno de sus libros, empezando por el Manifiesto Antinacionalista Zamorano. Y además, hizo una traducción de un poema de François Villon que me dejó cagando, una día que la oí en la radio. Pero en lo que se refiere a la palabra "cultura", él decía decía que desde que hay una cosa que se llama Ministerio de Cultura, esa palabra hay que dejársela al enemigo. El viejo pensaba que lo que era Estado estaba en el reino de la muerte, y lo que era PUEBLO estaba en el reino de la vida. Yo, taoísta, no quito ni pongo rey, pero estoy con quien me ha tocado el corazón. Por eso, en este punto difiero de mi amigo Lizundia, en cuanto al TEA, porque aquello es un sitio que convierte a la gente en autómatas. Esa virtud tiene. Pero sé que mi amigo José María Lizundia tendrá razón, y se saldrá con la suya, cuando los travestis del estribor del Mercado Nuestra Señora de África decidan ocupar el espacio del TEA. Mientras tanto, hasta mi admirada --no sé por por qué-- Dulce Xerach parecerá una autómata, aunque se vista de conejita la noche de Hallowen y acote el bar del TEA para hacer su fiesta privada. Cuando yo pueda entrar a esa fiesta, junto con los travelos, entonces seré también teaísta.

Acuérdate, Ramón, el martes voy a buscarte, a ver si podemos hablar del amor y de la ambición. Nos falta una mujer en el programa. Pilar dice que está hasta las orejas de trabajo. Hay que encontrarla, necesitamos una voz de mujer.

y sobre el cuento de la dama de negro, opiniones encontradas.

Anghel, en su blog --anghelmorales.blogspot.com-- me dice:
--Te has convertido en una jodida víctima de la Hacienda Española --poco original, por cierto-- y esto tiene bloqueada tu imaginación. Lo de la construcción de una sinagoga en La Puerta no me convence, yo sigo siendo ateo. Ni los dioses guanches me convencen.
En cambio, Marcelino, pone la otra parte contraria en un sms al móvil:
--Me tienes que dar la dirección de la dama de negro pa q me arregle lo del consulado. Me gusta eso de q toda la vida es literatura pero toda. Cojonudo el cuento, me gusta mucho y la dama es de mi tipo.
Esta vez, por egolatría, me quedo con la opinión del chavista.

campanilla dijo...

Primero, Ramón, no es que no me guste que se hablen de temas políticos por la radio, simplemente es que yo tengo entendido que es un programa "Literario", en todo caso hablar de cultura en general está mejor que de política, más centrado en lo que es el programa, pero es mi opinión nada más...
Segundo, estoy con el SR. Lizundia y con el modernismo, y también me gustan las noches cosmopolitas, jeje, aunque con tanta tradición foránea, creo que debemos preservar las nuestras un poco más y no dejarnos arrastrar tanto, todo en su punto...
Y tercero, el cuento de la Dama de Negro me ha gustado mucho, habrá que esperar a ver si es verdad que después de "sus favores" a la misma le condonan la deuda...