martes, 3 de noviembre de 2009

prerradio

Los relojes de la casa siguen con la hora de verano. Odio eso del cambio de hora, pero el odio no es buen consejero. Ni siquiera odio a Franco. Franco, por mi parte, que descanse en paz. No le guardo ningún rencor. Ni a los franquistas ni a los antifranquistas. De hecho, defendí a un franquista, un hombre sabio y con corazón, en un cuento. A veces recuerdo a la mujer con la que perdí el juicio. A veces la recuerdo porque ella se quedó con el ejemplar de una publicación anarquista asturiana donde estaba escrito aquel cuento. El cuentito me costó que los anarquistas me dieran la espalda.
El cuento trataba de una celula de jóvenes comunistas que hacían sus reuniones en un colegio franquista. Al narrador, miembro de la célula, no le gusta nada el desprecio con que alguien trató a su padre. Era la mandamás de la célula. El narrador era el mandamenos, el hijo del guardián del colegio. Los anarquistas de Xixón no me volvieron a ofrecer más trabajo. Me pasó como cuando de adolescente, yo visitaba mucho el franquista Hogar Católico, y después de oír un recital mío, empezaron a respetarme y me nombraron bibliotecario. El primer libro que compré fue unas enseñanzas de Lutero. Me destituyeron del cargo. En fin, quise llevar a Lutero al campo enemigo, para dialogar con él, y no hubo manera. Tampoco los anarquistas supieron dialogar, esperar una segunda parte, cuando el narrador, desengañado de los comunistas, acoge la palabra de Cubillo. La palabra de Cubillo era la palabra de León Felipe...
Pero eso es una historia larga. Me espera la presentación, el día 9 en el Ateneo de La Laguna, la presentación 2 de las novelas, con franquismo como telón de fondo, de Orlando Cova y Juan Royo, junto con mi amigo el herreño don Anghel Morales. Buen momento y buen lugar para recordar el pasado y ver a Agustín, y llevarle ya el pintor asesino...

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