jueves, 4 de febrero de 2010

boberías para borrar

Lo que mide el poder de alguien no es la opulencia o la pobreza. Cristo frente a Herodes. Diógenes frente a Alejandro. Séneca huyendo de Nerón por el único pasadizo que tenía abierto. Muchos que viven en la opulencia defienden la pobreza como modo de vida... de los demás. Muchos que no tienen nada envidian o admiran a quienes lo tienen todo. ¿Defender al pobre? ¿Defender al rico? Es verdad que si no tienes poder, mejor es tener algo de riqueza a no tener ninguna. Pero si tienes poder, si estás entero y no roto ni vendido, entonces da igual oro que mierda. Son la misma cosa.

Curiosamente, los aldeanos son los que más admiran y cantan al progreso, a la globalización del mundo, a esa tiranía disfrazada de democracia, libertad, dignidad... fanfarrias de la fantasía ciega que se niega a ver una realidad cada vez más empequeñecedora y asfixiante. Pronto no hará falta salir del chozo, porque todo el mundo será una repetición del propio chozo, con variaciones de paisaje, un paisaje asesinado, desprovisto de vida, tipificado, vilmente economizado...

El aconsejador es un insultador. No ya quien usa el consejo ("te voy a dar un consejo") como arma de su hipocresía, como modo de decirte que tu andar de perrita no le gusta nada, y que su andar es el auténtico. Hablo del aconsejador ingenuo, el que aparentemente tiene buena voluntad cuando emite su sabio consejo. Es peor que el anterior. Desconoce que lo que conoce es limitado, y que lo que desconoce no tiene límites. Por lo tanto, te doy un consejo: no des consejos, a menos que ese sea tu trabajo.

No sé que soñaría anoche, qué diablos se me habrán metido dentro, que hoy me levanté filósofo. Quizá fue la hora que estuve viendo y oyendo en la tele el concurso de murgas. Mejor voy ya a dar un paseo con Thor y recupero la cordura. Y que el amigo Anghel me ilumine un día destos. Sin sus coplas, naufragamos en la oscuridad.

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