viernes, 12 de febrero de 2010

esto y lo otro

Lo peor de las presentación la otra noche de los libros de José Rivero Vivas es que no pude robar ninguno. Hace tiempo descubrí que me trae mala suerte comprar libros. Pero el noble oficio de ladrón requiere una sabiduría que no está a mi alcance. Sólo puedo robarle a mis amigos, pero tampoco quiero parecerme al cuñado del mago, aunque este roba no para disfrutar de lo robado sino para joder al tonto que no sabe guardar sus cosas, lo cual tiene más mérito. Por lo pronto prefiero pedir prestado y ser moroso en la devolución. Con Marcelino por ejemplo. Gracias a los libros prestados, puedo disfrutar de renovadas lecturas. Confiaba en que Marcelino se fuese a Venezuela, pero esa posibilidad cada día está más lejos. Él que si va a irse a Bilbao es Ramón. Aunque Invisible, la novela de Paul Auster que me prestó, tampoco es para tirar cohetes. Peca de ingenua y de truculencias fantasiosas, una palabra que aunque esté en la familia de "fantasía", no tiene nada que ver. Ni nada que hacer este Paul Auster al lado de Haruki Murakami, por lo menos el Murakami de Tokio blues, una novela que me prestó mi hermana.
Hoy no he podido leer mucho. Mi padre me ha tenido ocupado todo el días. "Chito, vete a comprarme los yogures ... Chito, sube a la azotea y sacude la alfombra del perro, y mira si tiene comida ... Chito, cambia el agua de la tortuga, que ya se está llenando de saltones ... Chito, despierta que tienes que echarme las gotas en el ojo ... Chito, ya me tienes amargado de tener que decirte todo lo que tienes que hacer..."
Domitila, la vecina de enfrente, la de la casa del tubo en la fachada, también me tiene a mí amargado. Cada vez que me vé, todos los días, todas las veces, lo mismo lo mismo y lo mismo. "Chito, cuando vayas a Mercadona, acuérdate de comprarme los rollos de papel". Pienso que es un delito de violencia machista ir a la cocina, coger el cuchillo más afilado y cortarle la lengua, así que me contengo. Más respirable es Cesáreo, narrador nato, de lo que vive y de lo que le cuentan. Aunque ya no puede beber, sigue acudiendo a la venta de Francisca, al lado de la fachada del tubo. Al parecer, según Cesáreo, que llama eros a los euros, anoche, cuando nos fuimos del bar Castillo (Ramón, Marcelino y yo), al poco rato llegó la Unipol y se llevó a unos cuantos. No sé, a Cesáreo a veces lo pierde la fantasía.
Bajo al Monterrey. Allí está la raita presumida, otra vecina de la plazoleta, que todas las noche las pasa barriendo la zona de la plaza junto a su casa, ataviada con pataloncito y camisita de dormir. Ahora no, ahora tiene otra vestimenta más normal. Está sentada en una de las mesas, única clienta en ese momento.
--Jesús, ven y coge una aceituna.
Cojo la aceituna y me retiro otra vez a la barra. Con Domitila ya tengo suficiente, pero es igual, su voz de gorgorito desafinado se dirige a mí.
--Ya prefiero comer sola, porque todos los hombres son unos cáncamos. Ayer fui a comer con uno que fue por casa, a hacer exorcismo, a librarme de los maleficios de los vecinos, tú no, pero ya tú sabes... y tuve que pagar yo la comida. Ya tengo ganas de que un hombre me invite a comer... Anda, ven, coge otra aceituna...
--No, pero te lo agradezco igual, y me tengo que ir...
La avenida está llena de carnavaleros con carricoches estrafalarios que dan vueltitas antes de ir a S/C, a la cabalgata. Alguno, con magafonía incorporada. Oigo la voz de Chani. "¡A las batatas! ¡A las ricas batatas!..."
Tropiezo con Orlando. Me habla de Lizundia. Admiración total. Soy bobo y le cuento lo que escribió José María sobre él.
--Me acabas de dar una dosis de autoestima. Me tienes que dar la dirección del blog...
Eso me recuerda que lo mejor de la noche de Pepe, fue el encuentro con XY (así la llama a su mujer Lizundia en su blog)... Tengo poca confianza con ella pero me despierta un afecto que me aviva el alma. Poco importa que no sea independentista. Es herencia pura de una de las razas guanches, y eso da buena suerte, transmite confianza y nobleza. Cuando trato con XY, comprendo cómo Lizundia ha llegado a ser el buen narrador que es, mejor narrador que filósofo. La filosofía se la debe a sus andanzas bilbaínas. La narrativa, al contacto íntimo con la raza guanche.
Llego a casa, tengo que ponerle las gotas al ojo inquierdo de mi padre. Él, aunque no tanto, también tiene genes guanches, pero lo demás no sé de dónde viene.
--Esta noche a las tres te despierto para que me pongas las gotas...
Creo que el médico que lo operó se apellida Castellano. Bueno, pienso en mis hijas, pienso en Juana. Podré estar despierto hasta las tres de la madrugada, pero este hombre es capaz de despertarme a la seis.
--¿Tú que piensa, Thor? --le pregunto al perro.
--Yo creo que sí, ya sabes --dice el can--, y venga, ponme el collar y vamos a dar una vueltita por ahí... La noche está agradable. --Lo dice en su idioma, que yo ya aprendí, como él ya aprendió el español que hablamos en estas extrañas islas.

2 comentarios:

Ramón Herar dijo...

Sí, puedo estar de acuerdo contigo en lo de P. Auster, pero algo debe tener para haberte pasado de tu parada cuando lo ibas leyendo en la guagua. Por otro lado, ya sabía de tu estrategia con los préstamos (todavía estoy esperando que me devuelvas Cuaderno de godo), por eso, si quieres volver a ver las cucarachas de Palarea, te ofrezco un cambio, ja ja

Jesús Castellano dijo...

No sé, también puedes quedarte tú con las cucarachas y yo me quedo con el godo... bueno, hoy a ver si puedo subir a la peli del Tea, a las 9.30 noche. Depende de las gotas...