sábado, 7 de septiembre de 2019

Hoy Ignacio me trajo 485 años después del año de la nana. Si hay suerte, escribiré sobre esta remota obra, como ya hice con Idolos de bruma, de Roberto Cabrera. Dos pequeñas obras que, a pesar de sus defectos, si los hay, marcan un giro importante en la narrativa canaria. Subimos a comer al norte. Es una suerte tener amigos que de vez en cuando me saquen de aquí. Le pregunté por la vecina escritora de Charco del Pino. Por el nombre, no la conoce. A ver si me he estado entreteniendo con una mujer que me ha dado un nombre falso. No se debe caminar con nadie del que no sepas su nombre, aunque acierte a decir algunas verdades, como que soy un viejo verde con la mente infantil. Qué bien. En fin, no saldré del celibato con la desconocida.
Por la tarde estuve con Belén. De esta mujer sí sé el nombre y el color de sus ojos y la forma de sus labios y el modo de mover las manos para señalar las comillas. El retrato que le hice ya está en el salón de su casa.
--¿Qué te dijo tu hijo del cuadro?
--Ay mi madre --dijo cuando lo vio.
Por lo menos no es como otra mujer, una que hace tiempo me sacó del celibato, hasta que me cansé de que me vacilara. En cuanto le surgía una aventura más alegre, me daba disculpas para no verme. Pero se interesó por varios cuadros, Se los di. El destino fue el sótano. Pensaría que, como el mundo es raro y da muchas vueltas, a lo mejor esos cuadros tienen valor el día de mañana. El día de mañana nada tendrá valor. Pobrecita. Terminará tirándolos al contenedor, o si es piadosa, aportando material a una hoguera de San Juan.
A Belén le llevé la copia de Barrio Chino que leyó Eduardo. Ella es autora del epílogo. Si el autor en algún momento quiso salvar al narrador, el epílogo de Belén destroza esa buena intención. Gracias al epílogo logré distanciarme de los personajes y hasta el que, en un principio, era un objetivo a machacar, al final ha salido mejor parado que el principal, el narrador.
Bueno, está bien así. Los que quieren ponerse bien puestos, o demasiado mal puestos, azufre, como a los perros meones.
Y la vida sigue, no igual.

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