domingo, 1 de septiembre de 2019

un comienzo y dos finales

"El alguacil se alzó sobre sus estribos. Estaba tan airado contra el fraile, que temblaba de ira como la hoja del álamo."

Así comienza el del alguacil en los Cuentos de Canterbury. Así vi yo a uno de los poetas de este cuento, ya muy largo, escribiéndome en privado y bloqueando cualquier posible respuesta:

"Mira, Jesús, lo que es evidente es que no se te puede contradecir y llegado a un punto no utilizas argumentos sino insultos y es que además mezclas cosas que no tienen nada que ver contigo, porque no eres el centro de lo que ocurre. He respetado tu muro a pesar de esa estrategia del ruido y los insultos. Pero ya está bien de aguantarte. Por cierto, no me has hecho ningún daño. Adiós. Y es que te acercas o te internas incluso en la difamación."

Así debe acabar el cuento de los poetas. Fundido en negro. Aclaración en la oscuridad. El del fraile del libro, que contó su cuento antes que el alguacil, así terminó:

"--Hermano --dijo el diablo--, no te enojes, pero tu cuerpo y esta sartén me pertenecen de derecho. Tú vendrás conmigo al infierno hoy de noche, y allí te enterarás de nuestros secretos mejor que un doctor en teología.
Y con estas palabras, el horroroso demonio cargó con el ministril, que fue a dar en cuerpo y alma adonde los alguaciles tienen su legítima morada. Dios, que creó a su imagen al género humano, salve y guíe a todos nosotros y permita que este alguacil se vuelva bueno".

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