lunes, 9 de septiembre de 2019

La dama del Sur, las mujer de los girasoles, ya se ha convertido en un arquetipo. Es inevitable, es la naturaleza del arte. Una naturaleza que ha logrado Ignacio Gaspar. Destrezas de arquitectura literaria aparte, abrir un mundo, mostrar otra realidad, no lo hace cualquiera. Tiene que ser alguien poseído por el don. El don de convocar mitos poderosos, donde ya no es el hombre el que decide, sino que llevado por las pulsiones de la tierra... Anoche empecé a leer 485 años después del año de la nana. En la lectura de juventud sólo pude apreciar el rasjeo de cuerda, el toque de tambor y la flauta mágica en el estilo de Ignacio. Hoy comienzo a apreciar la sólida estructura de su creación. Le he criticado, en Baile de tapados, la necesidad de haber podado un poco más con certero arte, frío, en contraposición al fuego que mueve la narración, pero hasta en esto es posible que yo, torpe lector, esté desacertado. Como los lectores de la editorial a la que Malcolm Lowry envió la copia mecanografiada de Bajo el volcán. La novela, si Lowry hubiese transigido a los cambios propuestos por lo lectores de la editorial, seguro que hubiese salido más ligera, más fluida, más destacado el baile de salón y novela-del-oeste que hace aromático --entre tanta hiel-- Bajo el volcán. 


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