martes, 8 de septiembre de 2020

Cuando una amiga regresa
vuela un mirlo en el alma,
se abre una puerta en el campo
y en la ciudad la ventana.


La puerta que tenía abierta hoy era la de mi casa. Estaba sentado afuera y calle abajo llegó una paloma y entró. Ayer nombré una paloma mensajera, a la que le decía que llevara un mensaje y regresara con la contesta. Pero esta paloma no era mensajera sino vulgar, y estaba tocada, no podía volar. Me costó sacarla. No quería irse. Al final la tuve que coger y la dejé en el jardín. Se guareció en el aloe. Nicolás desde su ventana de acechador vio la movida.

--Esta noche cuando venga el gato, esa paloma desaparece.

--A lo mejor no, ya veremos.

Le pusimos, piadosos, un tarro de agua junto a la palmera cortada por si tenía sed. ¡Sobrevivirá al gato, visitante nocturno? ¿Se guarecerá? ¿Vino a darme la contesta del mensaje y yo no me enteré?...

Eso fue por la tarde, después de venir de Santa Cruz. Se me perdió la medicina y fui a la farmacia a enterarme cuándo podía pedirla de nuevo. Llevo tres semanas sin ponerme la inyección que me mandó la reumatóloga. Incluso me he olvidado muchas noches de la pastilla de calcio después de cenar: sin embargo no noto que vaya a peor, al contrario. No sé si es que esta semana me estuve haciendo batidos de papaya con aloe. Camino mejor pero duermo mucho. Muchos sueños. Los dejo ir. Como varias frases ejemplares que oí hoy en la calle. Tenían su miga, pero ya no me acuerdo ni de la corteza.

Lo que todavía me queda,
lo que aún tengo magua,
es tener higos con ella
y vino de la uva blanca,



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