miércoles, 16 de septiembre de 2020

 Me pongo a ver el debate en el Congreso. Teatro de marionetas y diálogos de besugos. Uno pregunta por el color de la corbata y otro contesta con el estado del tiempo. Los ataques a Vox son débiles. Está bien sacar a la luz que Abascal presume de mili y la verdad es que no hizo la mili. Pero en su sitio, no en un Congreso. No se contesta a una pregunta llamando al otro fascista. Eso hace sospechar que estás ocultando la verdad. La verdad política --lo dijo ya alguien-- se conoce más por cómo se mueve bajo la mesa que en público. Pero en público hay que ser buen actor. Convencer de que tu personaje es real. En fin, la cosa es que en un momento dado hubo un tiempo de indisciplina y la presidenta de la Cámara se veía negra para atajarla. La filípica era de uno de Vox al ministro del Interior, a cuenta de la condolencia de Sánchez por la muerte de un preso etarra. En el rifirrafe de butacas el ministro esperaba silencioso para responder. Y el silencio se hizo. Se congeló la imagen y quedó congelada. No supe qué más pasó ni qué contestó el ministro. 

*

La dama del Sur no aceptó que le regalara El negro. Aceptó que le regalara el cuadro que hice en la calle pero no la novela. Los negocios por un lado y las amistades por otra. Se la vendí en diez euros. Se me ocurrió pedirle cien pero me pareció no sé qué. El caso es que se empeñó en empezar a leer El negro. Y si me gusta sigo leyéndote y si no, te dejo. Ya podía haber elegido El libro del cuervo (genial según Eduardo pero sólo hasta la mitad, y tiene razón; lo demás sobra en esa novela) o Agosta escribe. Hubiera sido más sencillo, bastaba que la librería la hubiese pedido a la editorial y asunto solucionado. Bueno, la novela de Agosta no. Es una mujer pudorosa y esa novela la asustaría cruelmente. No, mejor el Cuervo, que tiene algunas picaduras pero se pueden aguantar.

Pero ni el cuervo ni el mirlo. Tiene qué ser el negro. ¿Qué tendrá el negro?

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