viernes, 11 de septiembre de 2020

 Día de cumpleaños. Mi hermana. Mi sobrina pequeña me vino a buscar. Nos esperaban en un sitio llamado El Aljibe.  Puso el GPS. Se llevó por las indicaciones de la madre, porque el GPS le indicaba todo lo contrario de por dónde iba. Me maravillaba ver cómo esa cosa sabía el nombre de intrincadas calles de la zona. Doble a la izquierda. Ella doblaba a la derecha. Al final dio con el sitio. Mi cuñado estaba ojo avizor por fuera, mascarilla puesta. Eva piensa que todo esto es un paripé de la democracia para convertirse en dictadura. Mi cuñado se desespera con esa teoría. Una es la conspiranoica y el otro el paranoico normal. De este cuento, real o no, lo que más me inquieta es la figura del asintómatico, el peligro invisible. Se ha convertido en el hombre del saco de los cuentos de antes. El silogismo es sencillo: el asintómatico no padece la enfermedad, o sea, cualquiera que parezca no padecer la enfermedad puede ser un asintómatico.

Ni Goebbels hubiera ido tan lejos en el control de la población, en el rechazo al enemigo invisible, el asintómatico.

La descoordinación entre Eva y el GPS era porque había puesto que la llevara al Jilguero, nombre distinto, lugar distinto. 

El Aljibe es un sitio agradable, con comedor que se extiende a un pequeño patio, con plantas y frutales, y la comida está muy bien. La factura marcaba 90 euros. Eva miró. Habían puesto en la factura un solomillo que no habían puesto en la mesa. Corrigieron. Quedó en 72 euros. Aprendí que no está de más fijarse en la factura antes de pagar.

*

Ya en el barrio, Nicolás y Miguelito siguen con su constante disputa política de ventana a ventana. Nicolás sin camisa, Miguelito sin camisa y yo con camisa. Ya se nota el vaho del invierno, acercándose poco a poco. Esta vez la discusión no es sobre negros y pateras. 

--¿Qué te dijo? --pregunto a Nico. Si me siento en el banco, de espalda a su ventana, tercer piso, me cuesta descifrar el habla del flaco Miguelito. 

--Dice que Pedro Sánchez lamentó la muerte de un etarra que se suicidó. ¡Eso es un bulo! 

--Espera que lo buscamos en internet.

Lo buscamos y no, al parecer no es un bulo. A mí me da lo mismo lo que haya lamentado el Presidente. A Nicolás no. Él es del gremio anti etarra y adicto a Pedro Sánchez y al actual Gobierno.

Llega el Petaco y menos mal, se acaba la pesadez política. Hablamos de matemática. Dice que él ya ha olvidado la raíz cuadrada, que fue lo último que aprendió. Lo que le gustaba era la historia. Nicolás cree que el Cid era del tiempo de los reyes católicos. El Petaco, pequeño pero fornido, enano pero guapo, lo corrige. Yo también. No sé a cuento de qué, les cuento que la estrategia de guerra de los israelitas era matar del enemigo a todos los hombres y preñar a las mujeres, y no destruir ningún árbol. Los hijos venideros serían los encargados de cultivar la tierra conquistada.

--Era orden de Yavhé.

Nicolás no dice ¡eso es un bulo! pero casi. Le cuento que eso está en la Biblia, y que en la Biblia también está el Cantar de los Cantares. Le recito un fragmento, con mi falible memoria.

Se asombra. El viento se encabrita. Las ramas, bajas y altas, se alborotan. Por la ventana y puerta entra el aire fuerte y tira el cuadro que tengo nada más entrar. Es un retrato de la señora Celenia. Ella sigue en el hospital. Visitarla no es posible. Al momento se cae también una rama seca de la flor del aloe que tenía medio pintada y sujeta al reloj de pared que me vendió el buhonero.

--Ñoc, en esta casa hay brujería. Yo me voy.

Salgo por la puerta con la rama del aloe, que tiene forma de candelabro judío, y le hago un hechizo golpeándole la rubia cabeza pelada como un soldado alemán. Se queda.Seguimos hablando. De los que se metieron anoche (yo no me enteré) a las cuatro de la madrugada en una casa más arriba y los vecinos salieron a increparlos (querían okupar la casa) y llegaron diez policías, según Nicolás, o doce, según Miguelito y como estaban indocumentados los esposaron y se los llevaron. Una noche con novedad en la calle, y esa noche yo estoy durmiendo. Ahora estoy despierto, pero nada. Tranquilidad absoluta.

(La paloma pasó la noche en los aloes y a mediodía, me contó Nicolás, levantó el vuelo.)


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