lunes, 28 de septiembre de 2020

 Obsesionado con ángeles o demonios

el peso del mundo es amor

escribió Kerouac en uno de sus poemas.


--No se puede vivir sin amor

le dice su amigo el doctor Vigil al Cónsul en Bajo el volcán.


El amor ha inundado la tragedia, la comedia y la filosofía. De amor son las dos novelas que he leído, con placer de lector, de Ana Beltrán. Dos novelas donde el amor triunfa sobre los obstáculos que se le presentan. Una de las cosas que me atraen de la escritura de Ana Beltrán, es su aire esperanzador. El bien vence sobre el mal. El buen amor vence sobre el mal amor. En Más allá de tu ausencia ese mal amor está encarnado principalmente en Amparo. Una persona entera --o que por lo menos tienda a la entereza-- si es rechazada, respeta la decisión de la otra persona y no insiste en su acoso y derribo. Amparo no, Amparo tiene el alma tocada y su anhelo por Carolina la lleva a emplear todas las armas disponibles. El chantaje emocional es una. Consiste en hacer culpable a la otra persona del rechazo. Y la otra persona cae si su rechazo está acompañado de conmiseración, de piedad. Otro personaje que juega un papel en el mal amor es Jaime, el agente artístico de Carolina. Con Jaime, la relación sexual es esporádica pero las consecuencias son dramáticas. El encuentro sexual de Amparo y Carolina tiene más tiempo, más ocasiones, pero las consecuencias --cuando Carolina es consciente de que su piedad hacia Amparo puede llevarla por mal camino-- también son dramáticas.  

Sin embargo, hay una lectura de ironía soterrada en el último párrafo de la novela. Un jinete en un caballo negro se acerca hasta la ventana donde está Carolina, contenta con que sus tierras se hayan librado de la voracidad urbanística, turística. El jinete la saluda y luego se aleja. ¿Quién es ese jinete?

En la entrada anterior lo llamé Julio. Lapsus de la memoria. Su nombre es Salvador, el muchacho que contrata su abuelo para cuidar los caballos y con el que Carolina, que es quien lo aborda, rompe el espejo de su virginidad, pero el acto es descubierto por su abuelo, que no puede dar crédito a lo que está viendo, y despide a Salvador --que queda también despedido de la novela-- y a ella la interna en un colegio de monjas, donde conoce a Amparo, la de los delicados besos nocturnos.

La escena de los quince años es descrita con la importancia que tiene, con el sabor de ese momento crucial en la vida:

... sentí que sus brazos me rodeaban la cintura, y que sus labios ardientes me besaban en la boca...

Otra escena relacionada con la figura del caballo es cuando ella está contemplando un cuadro que su abuelo cambió por un caballo, y ella duda si habría hecho bien su abuelo con ese cambio. María, prima de Carolina y uno de los personajes nobles que la rodean, le dice que sí, que ha hecho bien, porque el caballo seguramente ya ha desaparecido y la obra de arte sigue ahí, iluminando la realidad. Pero la figura del caballo vuelve a aparecer al final de la novela, en  el último párrafo. ¿Quién es ese jinete?

Por mi parte pensé en Salvador. La novela queda abierta, pero no sabemos lo que sucederá a partir de ese día.  










 






 

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