martes, 3 de mayo de 2022

cuernos

 Estaba el bello durmiente

como un tronco dormido,

tenía la polla tiesa

porque soñaba contigo.

El tamaño no lo sabes

porque aún no se la has visto,

el grosor es lo que importa,

es lo que llena el vacío.

Era un sueño corriente,

te quitabas el vestido,

de la cabeza el sombrero,

de la cintura el cinto

con las hebillas de plata

y cuero rojo encendido,

las bragas encarnadas

y zapatos amarillos.

De los dedos de las manos

los oros de los anillos,

el zalcillo de la oreja

y el piércing del ombligo.

Al durmiente te acercabas,

qué bien soñaba contigo

como con su Dulcinea

aquel caballero altivo,

y con Roxana, Cyrano

el de nariz de pepino,

y aquí dejo los ejemplos

y más ejemplos no digo.

Da igual que fueses casada,

te llevaría hacia el río.

No vio ese bello durmiente

que llevabas escondido

un afilado cuchillo.

Con la polla haré pastel

adobado con membrillo,

le dices para que sepa

lo que hay ese belillo.

La tajada es certera,

de carnicera el oficio,

y el durmiente despierta

dando cientos de alaridos.

¿Qué tienes, mi buen esposo¿

¿Qué tienes, mi buen marido?

Le pregunta su mujer

al bello no ya dormido.

Y el horror se duplica

al ver que lleva consigo

bien sujeto por el mango

un afilado cuchillo.

Más horror le entraría

si supiese que el querido,

que él no sabe ni de lejos

que su mujer ha escogido,

en la cocina ha amolado

el acero endurecido.

Lo entierran de madrugada

en una orilla del río.

Ahora el rumor del agua

canta al eterno dormido:

un sueño sigue a otro sueño,

sigue soñando, amigo.

En el pueblo son las fiestas

y baila con su querido

la viuda del que soñaba

viéndote sin el vestido.


Y aquí dejo esta retahila banal, que a veces hago cuando me acuerdo de cho Juan el de las Mercedes. Eran historias similares, pero no tan crudas, las que el buen juglar recitaba en la plaza de Fátima en fiestas de verano, entre el tío vivo, los coches locos, la noria y las casetas de tirar balines. 

Doña Candela alquilaba habitaciones para que los feriantes recibieran de tapadillo a mujeres casadas. Yo solía estar en su casa porque ella me llamaba para hacerle mandados y me dejaba ver la tele.  

En la sala donde estaba la tele, en un cómodo sillón de tres culos se sentaban las tres casadas, Solían ir a casa de doña Candela a ver la tele. En esos días de fiesta iban a esperar a un cáncamo del que yo había sido intermediario. Eran tres los cáncamos. El de la taquilla de los cochitos locos, que me dejaba montar gratis en las horas de menos gente. Fue el primero que entró por la puerta de atrás, a escondidas. No mucho se escondió, que uno de los maridos lo vio entrar, a la casa donde su mujer iba a ver la tele. Llamó por teléfono. Doña Candela le dijo que allí no estaba su mujer. Temiendo lo peor, que apareciera el tío aporreando la puerta, me dijo que saliera y fuese a encontrarlo a medio camino.

¿Y luego?, luego lo cuento otro día si cuadra, y si me acuerdo.   






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