sábado, 21 de mayo de 2022

más sobre La gesta, de Juan Ignacio Royo

 ¿El rey Juan Carlos? Me importa un pimiento. Putañero con el celestinaje del Estado y ciudadano no ejemplar. Me importa, por motivos egoístas, lo poco  conocido: que de niño mató (por un disparo involuntario) a su hermano mayor, heredero de la corona. En Vertical blues el nudo de la historia es el asesinato de un hermano menor contra el hermano mayor, un crimen nada involuntario. En fin, en barbecho sigue esa novela de un Gijón de bajos fondos. Me ocupo de Barrio Chino. 

Marcelino le dio hace más de un mes el último borrador de Balada sin poesía al editor Ánghel Morales. Le dijo que en una semana tendría las pruebas de imprenta. Aún está esperando. El editor dijo, por otro lado, que presentaría en julio La gesta de Juan Royo. A Sole le encantó la novela de Juan menos la última parte. No le pregunté  por qué. Mis preocupaciones van ahora por asuntos extra literarios. Un golpe que colma el vaso de un amplio álbum de abyecciones asquerosas. Habrá que tener paciencia y adquirir disciplina para afrontar el desafío. 

Un golpe que fue como una cuchillada por dentro del cuerpo, y en un momento crucial para mí. La visita de mi nieto. No lo pude atender con todas mis energías. El golpe me provocó una amarga bilis que me puso malo. He logrado domesticar la rabia pero no el miedo. Sigue ahí. Cada vez que en esta vida me he dejado influir por el miedo, cometí errores graves. En el caso de ahora, el miedo trasciende al golpe mortal, Es un miedo que lo abarca todo. Sólo tengo la posibilidad de no bailarle el agua y dejar que se seque. Por lo pronto no lo estoy haciendo bien. Me refugio en el juego y quien juega por necesidad --decía mi suegra--, pierde  por obligación. Sin disciplina (sin armonizar el ombligo con el corazón y con la cabeza) voy a la deriva. Lo único práctico que he hecho ha sido contarle el golpe a Belén. Sus conocimientos de la administración del Derecho me sirven de información clave. Sin esa información --y actuar en consecuencia-- no podré hacer que el golpe quede sin efectos. Un golpe traicionero. No lo esperaba, no cuidé la defensa, y esto facilitó la acción criminal del adversario. Mala cosa un adversario por el que has luchado por que fuese tu natural aliado, aunque desgraciadamente el motivo de esa pretensión de alianza, en importantes circunstancias ha sido a raiz del miedo. El miedo, cuando ocurrió lo de la casa de Barrio chino, me llevó a  no seguir un sabio consejo (que le pedí en persona) que me dio Juan Royo. Sole bajó su admiración en la última parte de La gesta. No sintió esa parte donde los muertos --el putañero marqués y el cura vizcaíno afrancesado-- están más vivos que nunca y caminan --hacia el Paraíso o hacia el Infierno-- guiados por la santa Muerte. El cura vizcaíno, que es un loquinario y cree con toda su fe en los cantos de sirena de Mostequieu, Rouseau y Voltaire, va al cielo seguro. Un santo loco no puede ir al infierno. Lo del marqués es distinto. La lujuria es el más leve de los pecados. La santa Muerte le da la oportunidad de arrepentirse e ir a disfrutar de los castos violines de los ángeles del cielo, con nuestro amigo Ánghel --esto no está en La gesta-- moviendo la batuta editorial. La Muerte de La gesta no es ese esqueleto de la carta sin nombre, la XIII del Tarot. Al contrario. Es una hembra placentera. La más apetecible de todas. El marqués le tira los tejos a la Muerte. Mientras, en la realidad de esta parte del mundo, la bestia se lleva a la bella sobre el mar. El mar es el camino a la tierra prometida. 

--¿A dónde te lleva? --preguntan Ramón y Chito.

--No lo sé. Qué me lleve donde él quiera.

La alegría de vivir reside en el cuerpo poderoso de la bestia y en el cuerpo placentero de la Muerte. Paraíso e Infierno están en el mismo sitio. Cuando la bestia desparece con la bella en el mar, vuelve a aparecer, Regresamos, ilusos lectores, al principio, cuando Ramón y Chito la ven subir por el barranco, Una noche de San Juan. 

 

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