domingo, 29 de mayo de 2022

VII

Esther Primavera: Leche de frutos codiciados atraviesan mis campos en medio de sedoso amor... (sms de 14 del 1 de 2007)

Ramiro Rivero: Cualquiera podría escribir los versos más tristes esta noche.

Esther Primavera: Neruda me hace llorar. Es mi padre. Es mi amante...

Ramiro Rivero me mostraba los sms en su móvil a medida que los iba borrando. En el bar Castillo. El hombre estaba rojo de ira. Una novia que medio tenía (Carmen Elena), una semana sí y una semana no, le había pillado los mensajes. Qué novedad. Salió a comprar tabaco, se dejó el móvil dentro de la casa de ella y la media novia se dio gusto fisgoneando. --¿Quién es esa Esther Primavera? --le preguntó enseñando los dientes nada más llegar con la caja de tabaco. En definitiva, le dijo que se marchara, le quitó el pasaporte de novio. Hasta nuevo aviso.

 --¿Qué chica es esa? --señalé los mensajes que copiaba en papel y borraba en pantalla.

--Esther Primavera. Su anuncio está en el periódico...

Abrió el periódico sobre la gigantesca barra del bar. Hansel le decía a su cacharro de ron que quería llorar y no podía. Melitón le decía a Hansel que hay dos clases de humanos, los que lloran y los que no lloran. Y los que quieren llorar y no pueden, le puntualizaba Hansel. Y recogió la vuelta del medio ron en vaso obrero y la jugó en la máquina y la máquina no le dijo nada. Ni Hola ni adiós.

--Me dio con una banqueta en la quijada, me duelen las encías. 

--¿De tres patas? --pregunté.

--No aguanté y le rompí en mil pedazos un espejo. Se me rajaron las manos. Lo llené todo de sangre. Una movida de mierda. Somos muñecos o somos solos.

Leí en el periódico el anuncio de la chica de Las Palmas. Chica busca personas que amen, escriban o publiquen poesía, para amistad, no importa sexo ni edad. Abstenerse incultos y groseros.

--Y encima la tabarra que si mi hermana esto, que si mi cuñado lo otro. Y TKM siempre en medio, dando la nota, dando la pincelada de mierda. Le rompí el espejo.

--¿Tienes un euro? --me pidió Hansel. Lo tenía, lo jugó y esta vez la máquina fue más atenta. Ganó veinte. Pidió una ronda para todos menos Melitón, que solo bebe agua.

--¿Qué espejo? 

--Uno que le regaló Tkam. Y ahora lo tengo yo, en mil pedazos. Allí están, en el coche.

Hansel y Melitón se quedaron en la barra discutiendo sobre el llanto y la ausencia del llanto. Yo salí del bar con Ramiro Rivero, hasta el coche, aparcado en la muralla un poco más arriba, a la altura de la sucursal de Caja Canarias en San Andrés. Entre el coche de Ramiro y la sucursal, un laurel de india que tiene una protuberancia que parece el hocico de una serpiente. ¿El coche? Un chevrolet que ya no paga rodaje, de los años 60.

Me enseñó los pedazos, algunos manchados de sangre, ya seca. Metidos en una caja de zapatos. El espejo entero había sido redondo. Los pedazos, ocho en total, conservaban las curvas en uno de sus lados. Si hubieran sido rectas esas curvas, los espejitos, ocho en total, hubieran sido casi perfectos triángulos, unos más que otros.

--Vete a Las Palmas. conviértete en Neruda y dile versos al oído.

--Me dijo que esa mierda de espejo valía mucho dinero.

--Dámelo. Haré un cuadro...

--¿Un cuadro especular?

En un futuro el cuadro, o como quiera llamarse, lo hice. Lo inicié sobre madera, pegué los trozos, pero no salió nada especular. Las partes brillantes las embadurné con cola y las aplasté contra la madera. Aquello no reflejaba nada. Tiempo perdido. ¿Qué coño es esto?, preguntaría él cuando pudo ver la obra de arte. Nada; si valía algo, ya no vale nada. Esto le dije. Habrá que seguir, hasta descubrir el valor que puede tener. Me dije. --Todavía falta.

Lo acompañé al dique de Las Teresitas. Volví solo, con la caja de zapatos, al bar Castillo. Hansel y Melitón se habían esfumado. Jonás, el barman de por las noches, me enseñó una grabación que había hecho con el móvil, en la calle La Rosa. Dos mujeres en una cama y un tipo mete-saca mete-saca saltando de una a otra como una rana que no sabe en qué charco quedarse. No le pedí el número de la calle La Rosa. Le pedí un ron.  En esto reapareció Melitón y se puso a largar uno de sus discursos metafísicos.

Era la hora en que los aguiluchos en el barranco acorralan a las palomas, llevándolas a donde no puedan volar, y en la muralla los gorriones se esconden de los mirlos y los mirlos del halcón. Y Melitón habla como un poseso de una mujer fabricada en la naturaleza cósmica no caída y de otra mujer fabricada en la naturaleza terrestre, fornicadora y llena de abominaciones. Dice que la primera es Madre y la segunda una puta babilónica. Jonás lo oía con morbosa curiosidad, pero yo no, porque no quería saber nada de la primera mujer aunque hubiera querido saberlo todo de la otra. De la gran ramera. Pero para llegar a esa hubiera tenido que oír entero todo el repertorio sobre una Madre Cósmica debatiéndose en los dolores de un parto perpetuo. Me chirrió el estómago y salí al banco de afuera a coger aire mirando los espacios vacíos entre los muros rotos del castillo, con la caja de zapatos a mis pies. La abrí. Me vi  y me asusté. Comprendí en carne propia que realmente los espejos multiplican innecesariamente un mundo que no vale la pena. O si vale la pena, los espejos absorben ese valor. No sé. Me hice un lío en la cabeza. 

Abrí el periódico. Esta vez pasé de los anuncios breves. Fui directamente a las páginas de sucesos.

Es prudente estar en contacto con el mundo, ver lo que había de nuevo sobre el asesino de La Laguna. Un enterado que se las daba de catedrático declaraba que estaba convencido de que el asesino de la doctora y de la estudiante eran la misma persona. 

La Unipol rondaba últimamente mucho por San Andrés. Yo no sabía si por un rechazo popular a que desmontasen las casetas de los pescadores o si porque tenían alguna pista sobre mi la noche del 25 de julio. Tenía que tener cuidado. Pero, para mi fortuna, la policía esta vez no estaba en el pueblo buscando boliches ni medios pollos ni chinas de chocolate, ni mucho menos al asesino que no dejó rastros de semen en sus víctimas la noche de un 25 de julio, ese día que, según Melitón, está fuera del tiempo. Dice que el año termina el 24 de julio y que el nuevo año comienza el 26 de julio y que el 25 de julio no existe en el tiempo. Es un día que está fuera del tiempo. 

Saqué de la caja fuerte de mi padre 6.000 euros y los escondí en el fondo de un saco mediado de papas bonitas. No me pareció buen escondite. Por lo pronto los dejé allí. Según las noticias, a los cinco días del crimen descubrieron el cadáver de la estudiante. Saqué los billetes del saco de papas y los puse en otro sitio que me pareció más seguro.  

Mi padre, reacio al principio, aceptó que pintase en la azotea. Un buen sitio para trabajar si no llueve. Y si llovía, guardaba los lienzos en un cuartito. Normalmente los dejaba descansar al sereno de la noche, a los efectos de la luna y expuestos a algunas cagadas de pájaros. En ese cuartito dejé la caja de espejos. Y saqué afuera tubos de óleo para cubrir las cagadas. Pinté la verdad de la noche de aquel día fuera del tiempo. El sabor plástico del coño de la doctora María Guzmán. Mi polla, empalmada, me pedía intervenir pero no la dejé. No me corrí. Me corría ahora sobre la tela mientras cubría con canelo claro la mierda seca de las palomas.

Al día siguiente Ramiro Rivero estaba más tranquilo. Ahora hablaba más de la poeta de Las Palmas que de Carmen Elena. No le dije que había que desinfectar los sitios donde se meten los poetas, Pero me entró curiosidad. No acabaría el día sin que anotase el buzón de referencia de la poeta de Las Palmas y le mandé un mensaje, al 7775. 

Me entró la curiosidad. También me entró la curiosidad por conocer a Carmen Elena. Una curiosidad aún en semilla, sin germinar.

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