viernes, 27 de mayo de 2022

II

 Un hecho cambió la onda de mi existencia. Soy el hombre que vio morir a Rosario Fuentes. La célebre pintora, mi maestra. Fue el día que se cometió un crimen a la misma hora en que Rosario Fuentes cambió de barrio. Ella moría en Santa Cruz y otra mujer era asesinada en la plaza del Cristo de La Laguna. Tres crímenes se cometieron ese año en la ciudad histórica de La Laguna. En el primero, yo no intervine para nada. Ese día yo estaba asistiendo al ocaso de Rosario Fuentes. Me acuerdo de pronto con intensidad de Rosario Fuentes porque ayer la recordó Ramiro Rivero. Lo vi ayer en Santa Cruz, a la puerta del cine Víctor. Yo había sacado la entrada y él pasó por allí. Cuánto tiempo. Sí, un montón. Venía al cine, ¿quieres venir? No, al cine no, pero a la salida nos vemos. Ramiro Rivero, como yo ahora, vive en San Andrés, donde la playa de Las Teresitas, poblada de polémicas, proyectos municipales y algunos pescadores. 

--Estuve quince días en La Orotava, ayudando a mi cuñado en la finca... hoy regreso a San Andrés, tengo que limpiar el barco --dijo. Y como Ramiro Rivero es un escritor mesurado, no dijo lo mucho que su cuñado le tocó los huevos cuando sulfataba la parra, cuando abría los surcos para las papas, cuando podaba el limonero, y cómo pensó en un machete que su cuñado le había robado y se calló la boca.

Todavía quedaba un rato para entrar al cine y fuimos al kiosco de La Rambla. Vimos a Auricio Hek. Pagó las copas. Auricio el sabio. Estaba pletórico. Auricio el enterado. Estaba al tanto de todos los pormenores de las corrupciones políticas. Según él, tarde o temprano el alcalde iría preso, su tío el arquitecto iría preso, el constructor Pedro Puente iría preso, y yo me fui sin terminar de oír la lista de futuros presos. 

Me fui al cine y quedamos para después. La película era de acción criminal. Parejas cogidas in fraganti sexualizando en un coche, en un descampado de noche, eran tiroteadas, ella y él, y luego los cuerpos mojados a cuchilladas, los dos, y ella desposeída de la piel de entre las poemas. Siempre la misma operación, la desposesión del triángulo púbico. No era un asesino colérico. No actuaba impulsado por deseos sexuales incontrolados. Era un asesino ritualista. Asesino fetichista que cometía su acto cumbre usando un instrumento quirúrgico. Imposible que mi memoria no sacase a flote, como si la estuviese viendo, la última noche con la doctora María Guzmán.  

Me metí en el cine. Solo. Terminé de ver la película por puro masoquismo; las sonrisas de los actores y actoras, más que expresión de alegría, eran meras contracciones musculares, impulsos eléctricos practicados hasta el no va más. Ramiro Rivero me esperaba a la salida. Otras copas. Primero en el bar Capricho, en Santa Cruz. Después en el bar Castillo, en San Andrés. Hansel Aurelio, un pescador que sale a la mar con Ramiro Rivero,  nos obsequió con cuatro adivinanzas y una fábula con moraleja. Nada pierdo, y nada me acobarda; siempre seré un esclavo con albarda. Hansel es un almacén de adivinanzas y fábulas con moraleja. Y estaba celebrando su cumpleaños. Animado el bar Castillo con la fábula de una monja que quería saber lo que era el pescado al horno.

--Jonás, ¿tienes un vaso obrero para un animal?

--Y para las personas también.

--¿Y dónde dónde están las personas?

El bar amaneció con una pelea al estilo del oeste, todos contra todos. Por culpa de una mujer. Alguien no pudo contenerse y le tocó el culo. La mujer dio un grito de rabia. Un maromo que estaba con ella llamó idiota al confianzudo. Hansel Aurelio le contestó que idiota es el que piensa que los otros son idiotas. Ahí empezó el baile. Unos a favor de la mujer ofendida. Otros en contra. Si no  te agrada que te toquen el culo, vete para tu casa. El maromo recibió dos trompadas, la mujer dio cuatro patadas, etc. etc. En cuanto vi aparecer una furgoneta negra de la Unipol, rodeando por el castillo que hace siglos una barranquera dejó roto y parando enfrente del bar, me retiré. No me importa estar en medio de una pelea, pero no cuando intervienen los antidisturbios. No me enteré cómo acabo la celebración del cumpleaños de Hansel Aurelio.

En esta isla la vida se compone de celebraciones. La gente no se cree que se pueda celebrar tantas cosas, y convierten cada celebración en un drama. La navidad, el año nuevo, el día de reyes... oh, oh, dulce falsedad. Son las mujeres las culpables. El hombre es un cero a la izquierda, un figurón en el mejor de los casos. No sabes lo trabajador que es Pepe... Juanito sí es trabajador... Pedro es el más trabajador... Pero quien está detrás, cortando el bacalao, es siempre una mujer.

No sé lo que estoy diciendo. Quizá debería empezar por el principio. No tengo orden, no tengo concierto. No sé cuál es el principio. No sé el momento en que me convertí en un asesino. Usted puede decir que fue cuando finiquité a la doctora María Guzmán. Las noticias del suceso están, con fecha exacta, en las páginas de sucesos. Vale, algún día miraré en las hemerotecas. Pero le aseguro que no estoy tan seguro de que fuese ese día, esa noche, cuando hice el primer crimen. No estoy tan seguro. El caso es que es cierto que, hasta esa noche, no tuve conciencia del asesino que llevo dentro de mí. Había sido muchas cosas en la vida, pero asesino consciente nunca se me ocurrió ser. Usted dice que el alma de la víctima busca guarida en la del verdugo, para vengarse y martirizarlo. Yo pensaba eso. Qué carga, dios mío, cargar un día tras otro con eso, sobre tu conciencia, pero al carajo, le puedo decir que no soy yo un ejemplo de su teorema. La conciencia es un lastre, es la cadena con la que ataban a los esclavos. Vivimos en un mundo sin conciencia. Inconscientemente nos vamos a la ruina. En fin, hablé del principio. El principio era que yo, hasta hace cuatro años. me dedicaba  al periodismo. El periodismo fue mi forma de ganarme el pan y prosperar. Hacerme con cierto modus vivendi, con un nombre y con un sueldo fijo todos los meses. Mi trabajo era escribir y escribir, ¿escribir qué? Las cosas que estaban pasando. Y lo que estaba pasando a mi alrededor era el ruido del mundo, el ruido del mundo se estaba instalando en mi conciencia. Lo mío era una conciencia llena de ruidos. Todos esos ruidos se fueron, los ecos que quedaban, cuando maté a María Guzmán y a Elsa Padrón.

A la salida del cine, recuerdo, entre cacharro y cacharro hablamos de mujeres. Qué novedad. Ramiro Rivero obsesionado con Carmen Elena. Por mi parte, yo quería librarme de todas las mujeres que me habían obsesionado durante toda mi vida. No sabía cómo, hasta que por fin lo supe. Tenía que convertirme yo mismo en mujer. Pero no con una operación quirúrgica. Sería un acto de otro calibre el que me convertiría en mujer. Usted no podrá entenderlo, pero yo si lo entiendo y eso es lo que importa. Lo que me convirtió en periodista, ya que le interesa saberlo, es más sencillo de explicar. Cinco años de carrera en la Universidad de La Laguna, pagada por mi padre. Un año de becario en un periódico local y un contrato serio de trabajo en un periódico del norte de España. 35 años cotizando. 


La obra escrita en la juventud fue flor de un día fue esa obra en la vida pública. No fui el escritor que quise ser. Así que lo dejé. Ramiro Rivero es mejor escritor que yo. A él le darán el Premio Canarias de las Bellas Letras. A mí no. Tampoco a Roberto Matías, el poeta de los Naranjales. Los dos nos tendremos que joder y tragarnos la gloria de Ramiro Rivero. Le darán el Premio a Ramiro Rivero, y Roberto Matías, todas sus ilusiones, se irán por el alcantarillado. Como la sangre de los que se matan en la bañera. Ramiro Rivero se lo merece, es más zorro que Roberto Matías. Es capaz incluso de embarcarse lejos y no ir a recoger el Premio. Para que su fama de maldito alcance mayor gloria. Se merece el Premio. Se merece que se lo den. Pero no creo que lo rechace. 

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