sábado, 28 de mayo de 2022

V

 Durante mi estancia en el norte de España, visitaba la isla de vez en cuando, en algunas vacaciones, para no perder el acento. Y me inundaba de la luz africana. Era un festín esa luz. Pero, después de diez años sin pisar suelo canario, ahora que volvía para quedarme, me sorprendió de que no me sorprendiera esa luz solar inmensamente intensa. Era como si esa luminaria no fuese sino un disfraz que disimulaba el alma sombría de los isleños. Y me sorprendió ver que casi todos los antiguos amigos y conocidos habían entrado en un túnel. Vi la vejez del pensamiento, de la imaginación y de la voluntad en un recital en el pub El Kapital, y en otro recital en La Tronja, y en otro y en otro. A Rosario Fuentes le encantaba la música caduca y me llevaba a todos los recitales de viejas glorias isleñas y me enseñaba a trazar las líneas onduladas o quebradas de las vibraciones sonoras en un aire donde el humo de los cigarros era de un rojo, un azul o un amarillo reflectante y brumoso. Luego salíamos afuera, a la plaza del Cristo si era el Kapital. En la plaza, romántica, con farolas claras que se parecen a la luna, me daba clases teóricas. Derramaba mirando el cielo violeta oscuro sus saberes y emociones pictóricas de su juventud cuando el novio le pagaba la matrícula al doctorado de Bellas Artes, en la Universidad de San Fernando. Se empapó de Goya entre aquellos muros. Me hablaba de la razón y de la debilidad de su supremacía. El único modo que la razón tiene de protegerse es no mirarse a sí misma. Y mirábamos la luna. La noche que hubo luna. Y cuando era La Tronja el lugar, carretera y monte, salíamos, cruzábamos la carretera y nos íbamos a respirar el aire del monte y entonces era otro pintor el motivo de sus enseñanzas. Ahora no me acuerdo quién era ese pintor. 

 Una vez me detuve a contemplar mi rostro en un espejo y vi que era yo el que estaba completamente caduco, con todas las líneas quebradas y desvaídas. Fue en el espejo del cuarto de baño del taller de Rosario Fuentes, el mismo día que me dio la clase definitiva, la gran clase, y decidí, o decidió mi voluntad, escupir fuera de mí el letargo. Ese día resurgí del acabamiento, se me renovó el espíritu. Me volví místico. Hoy, que he decidido cerrar la puerta a los asesinatos, para despistar a la policía, puedo vivir sin matar, sin el crimen necesario que me lleve a lo esencial del oficio, pero no puedo vivir sintiéndome un ente acabado. En fin,  me asustó vernos tan viejos a todos.

Ya he dicho que yo no maté a Rosario Fuentes. Se murió ella sola. La necesidad de matar a escogidas modelos no surgió hasta...

 Hasta que llegó el invierno, un invierno en La Laguna. En casa de la doctora María Guzmán. Más de una vez le pillé a escondidas mensajes de otros amantes, pero me hice el dormido. Que degustara todas las pollas que le diese la gana. Si me fabricaba cualquier disculpa para irse con otro a cenar, yo encantado. Descansaba de su verborrea, de sus continuos reproches. 

Que me recordase a cada momento que era yo quien entraba en su casa y que la taza del wáter en su casa tenía que estar cerrada, era lo de menos. Incluso dejé que me llamase depravado y me montase un pollo, uno más, cuando le dije que quería pintarla cagando sobre la alfombra. Una alfombra que tenía en el comedor. Una preciosidad. Lo importante es que era una tacaña. El puño siempre cerrado. Mientras viví en su piso, mucho agobio. Una buena pareja en el Tarot --según Melitón-- es El Colgado y la carta sin nombre, en este orden, porque representa un estallido creativo, una renovación. Eso dice Melitón. Pero el orden inverso, la carta XIII y El Colgado, en este orden, es una combinación fatal, destructiva. Eso me dijo Melitón cuando le pedí que me echara las cartas para saber más sobre esa doctora. Me dijo que sus celos eran tan enormes como sus engaños. Al principio de sus presuntos turnos de noche, agradecía que no la molestase con llamaditas al móvil. Pero no tardó dos días para que se le posase la mosca en la oreja. Si yo no la llamaba, era por algo. Este tío esconde algo y por eso no me llama y se despreocupa. Y tenía razón. Yo escondía algo. Me metía de cabeza, para solicitar servicios, en los anuncios de contactos íntimos. Lo que en la jerga periodística llaman los breves. Los breves que a mí me interesaban tenían el rótulo RELAX y la cifra 07. Mujer de ojos bonitos, no profesional, discreta, recibo sola, complaciente.  La curiosidad por ver esa mirada no profesional, me hizo mella. La prostitución tiene sus trucos, sus manías. Lo primero es saber el precio. Después está el servicio. El Sobradillo, no profesional, discreta, recibo sola. En este no había mirada bonita ni complacencia.  Y no declaraba el precio del servicio. Daniela, 120 de pecho, griego, lluvia dorada, francés natural. 30 euros. Daniela acompañaba su anuncio con su foto real. Sandra, señora casada. Solo señores mayores. Discreción. La palabra discreción es un tótem. A otra que subrayé fue a Sira. Mi servicio es muy completo y mi atención abarca los cinco sentidos. Osada, creativa y curiosa. Hago todo lo que tu mente imagina. Mi piso es privado y discreto. 

Esta forma de moverse las palabras era como la pintura de Kandinsky, con la que me inundó Rosario Fuentes. No había ahora mejor poesía en este mundo que la de los anuncios de putas. Mi primera curiosidad fue descubrir la diferencia entre poesía y realidad. Nadie más mentiroso y despiadado que un poeta. En fin, no quiero hablar de poesía. Lo mío es la pintura. Pintaba los contactos reales. Visitaba la habitación de la propietaria del anuncio. ¿Qué quieres, cariño? Que cierres la boca y no hagas preguntas. Le extrañaba que no la tocase. Al principio, antes de conocer a la doctora María Guzmán, elegí la ciudad de Santa Cruz. Hice una selección, las llamé, y las situé en las zonas de la ciudad donde ejercían su labor. Marqué las puntos de venta en un plano de Santa Cruz que reparten en una caseta de turismo al principio de la calle El Castillo. 

Pero cuando la doctora del HUC interrumpió mis investigaciones tipográficas, yo operaba en La Laguna y no la llamaba al móvil, como es natural. Tanto desinterés por mi parte no escondía nada bueno. A ver qué estaba haciendo yo mientras ella operaba a unos pobres navegantes desnutridos que llegaron en cayucos.

--Tú vives de una jubilación y yo mi sueldo me lo tengo que currar --etc. 

No le dije que también ganaba mis soldadas con los cuadritos que le hacía del coño, con todos sus canosos pelos y labios amarillos, porque era darle pie para que me pidiese una comisión, y yo no soy bobo. 

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