miércoles, 13 de marzo de 2019

La dama del retrato no fue hoy por el club. Sí fue África. No le propuse hacerle un retrato. No fue tampoco Teresa. Fue a una misa de duelo. Sí fue Ana Hardinsson. Disertación filosófica sobre Nietzsche como superador de la amargura de vivir. Cosas que yo conocía de los libros de Castaneda ("vivir como un guerrero o como una víctima", por ejemplo) ella lo aplicó al gran filósofo. Pero tuvo que darme la razón en que El lobo estepario está profundamente relacionada con La dama de las Camelias. Poco más hoy en el club de lectura.
Santa Cruz sombrío. Paseo con mi hermana hasta el Gato Gordo. Allí varias amigas. Ninguna me atrae. ¿Me estaré volviendo frío? Es el estado ideal para pintar el alma. Eso dice que hacen los grandes pintores. Pintar el alma.
Antes de bajar, junto al contenedor de la parte arriba de la calle, un marco de ventana. Lo veo como marco del futuro retrato. Imagino papel canelo puesto como lienzo y pringado de aceite de oliva. Tengo que preguntarle a Leonardo da Vinci si eso puede ser. Y si vale el carboncillo, no para retratar el alma sino para que la figura se parezca a la realidad. Que es lo que quiero. El alma me interesa poco. Es más, me molesta.
De aquí al sábado puedo pensar otra cosa.
El sábado me dijo mi amigo Martín que, por petición mía, publicaba una crítica sobre Karmelo C. Iribarren, buen poeta y buen amigo en su momento. Gratos recuerdos con él y Roger Wolfe en el País Vasco. Martín ha aceptado la importancia de Roger en la poesía española actual. Menos ha aceptado a Karmelo. Lo imagino escribiendo de él como Cervantes de Lope de Vega. Y sin embargo, pienso, cuán parecidas son la poesía de Martín y de Karmelo. En fin, cuando vea el sábado la crítica, si dios quiere, ya diré, si es que puedo decir algo.

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