jueves, 13 de junio de 2019

El personaje, todas las tarde se sienta en el banco donde doña Romances frente a su casa, junto con esta mujer, muslo con muslo. La conversación comienza siempre igual.
--¡Qué guapo estás!
--¡Qué guapa estás!
--No, yo estoy fea.
--Eso es lo que te crees tú.
Siento la sangre en sus piernas, en su pecho, en su cuello, y miro sus ojos que parecen perlas cristalinas, y sus labios finos, y su barbilla... No, hay mujeres en la  calle, aparentemente más hermosas y más guapas, pero no cambiaría a ninguna por esta mujer fea. Pero conserva la gloria del cielo. El olor de la tierra sin labrar. Y su piel me recuerda a la de una negra de Nigeria que conocí en un puticlub de Gijón. Lo que no me agrada, de la conversación, es lo que sigue: qué hice hoy, qué voy a hacer. Y yo qué sé.
--Jalamagí hamala ham --le contesto.
--¿Sabes tú hablar árabe? ¿Tienes ancestros árabes?
--Árabe no. Bereber, y chino. Thin gin Thin go...
--Y ¿francés? ¿sabes frances?
Le recito el francés que recuerdo, dos versos de Baudelaire: "Oh dolor mío, mantente tranquilo. / ¿Reclamabas la noche? / Aquí está, ya viene / envuelta en vestidos sarracenos".
Y los vecinos de arriba, el ex picoleto y demás, mujeres sobre todo, miran y reflexionan. Yo también reflexiono.
--¿Me quieres? --ella pregunta.
--Eso no puedo decirlo. Si te digo que te quiero, es que no te quiero. No me hagas mentir.
--Recuerdo el mar de Hermigua. Qué mar, siempre furioso.
--¿Y te bañabas?
--Sí, y nadaba por debajo del agua. ¿Tú no nadaste nunca por debajo del agua?
La tarde cae. El kiosco de Vicenta es un cuadro costumbrista. Allí voy. Y vuelvo y Romances sigue allí. La brisa canta una antigua melodía. Los lagartos se acercan a escuchar.

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