lunes, 10 de junio de 2019

La litetarura no es la vida; en el mejor de los casos, refleja sólo una parte de la vida. La persona no es el personaje. Yo no soy quien escribo este diario, yo no soy quien hago poemas, el poeta es un fingidor. En las Mil y una Noche, hay un cuento de un poeta que enamora a una chica con sus versos, y ella se los cree y no comprende que el poeta la deje, le dé calabazas.
--Hacer versos de amor es mi oficio --dijo el poeta, sin más explicación, y se fue. A comer dátiles al oasis e intentar traducir el canto de la calandria. Ahí lo dejamos, oyendo a la calandria e intentando traducir.

Hoy vino mi hermana por mi casa. Se sorprendió de verlo todo más recogido. Le dije el motivo, y me ayudó, como una negra, con un retrato en que quiero conjurar a Leonardo da Vinci. Mi hermana yo creo que viene de sangre italiana y de la sangre de ese genio del Renacimiento. No como yo, que vengo de la China. Primero hablamos de la novela El callejón de los milagros, la que tenemos el miércoles en el club. Yo voy por la mitad. Ella la acabó. Me contó lo que pasa con el no doctor que se encarga de mutilar mendigos para que lo ganen mejor, y si ese hediondo pero sabio observador del mundo se logró tirar a la mujer del panadero, y si la bella Hamida olvidó la lectura del Corán y prefirió la riqueza al amor. La riqueza lo tiene complicado. El rico, de tanto tomar satiriasis, le dio un paro cardiaco.
--No murió pero se quedó atontado --dijo mi hermana.

La conversación en la escalinata de Ibrahim fue más sagrada. Dios nos proteja.

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