lunes, 11 de mayo de 2020

Terminé de leer Los miserables. Aprovechable novela. Agradable lectura. Sospecho que Victor Hugo, maestro del folletín. aprovechó esta vez el género para mostrar todo  lo que tenía en su pensamiento, filosófico, político, urbanístico, poético... Desprecia los ladrones y los asesino, pero encumbra su lengua, su forma estupenda de hablar, y un hijo del arroyo (Cavroche) es en cierto modo la continuación del santo obispo que ocupa las 300 primeras páginas. La estructura de la novela está cogida con alfileres en varias ocasiones, pero se le perdona. La vida a veces, eso que se llama azar, también no es escasa en alfileres. Los personajes están muy logrados. Los que sufren una transformación (Javert y Valjean); los que siguen una línea continua (el buen obispo, el odioso Ternhadier, el niño Gravoche...). Mario, el buen enamorado, también tiene cambios de conciencia, pero vienen dadas por la información que recibe de otros y no tanto de la lucha interior de la conciencia. En fin, da para hablar mucho. Y tiene disertaciones geniales, donde hay gérmenes de otras novelas que vinieron después, de otros autores. La literatura se alimenta de la literatura, dijo Stevenson a Henry James. Así debe ser.

Lo que un autor caga (escribe) es en gran parte consecuencia de lo que se alimenta (de lo que lee).

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Tengo el sueño cambiado. Despierto toda la noche. Duermo algo por el día. Lo más que me fastidia es que la señora Celenia sólo me visita de día.

En cuanto a la obra inédita, no sé si el trabajo de estos años va a quedar naufragando, sin encontrar puerto. En fin, cuanto más dure el proceso, más mejora la tela que tengo entre manos. Aunque siempre queda el temor de que todo sea en balde, que la obra se convierta en una anécdota interesante y no más (amigos tengo que han publicados cosas que creen el gran atuendo, y son todavía pañales mal hilados, de tal manera que las luces que indudablemente tienen en algunos tramos, se desvanece por la falta de genio.
Hay uno que no ha hecho más que buscar padrinos. Cuando le fallan, de la adulación pasa al insulto. Bueno, lo digo porque estoy entre los insultados. Me insultan, pues existo.

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Qué coñazo: existir.

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