viernes, 3 de junio de 2022

XII

 Llegamos al chevrolet bajo la farola, arrancamos y desaparecimos de La Orotava, despacio, como quien no ha roto un plato. El coche llamaba mucho la atención, o suficiente como para pasar por sospechosos del pollo que se había armado en el bar del Liceo Taoro, con la carne volando por los aires y el vino esparciéndose por el piso entre los añicos de las copas rotas. Logramos salir impunes, sin embargo. 

El chevrolet discurrió sin problemas por la autopista del norte. Dejó atrás los carteles de Santa Úrsula, La Matanza, La victoria, El Sauzal, Tacoronte, Aeropuerto, y entró en La Laguna por San Lázaro. El invierno en La Laguna es nebuloso y triste. Todo está húmedo. La calle de San Agustín. Las viejas verjas del Obispado, ahora quemadas. 

Descoloridas casas parecían tambalearse al descender por La Cuesta. Pensé en Carmen Elena. Todo el viaje pensaba en Carmen Elena. Le daba riendas al chófer para que soltara todo su patético sufrimiento con Carmen Elena. Polvorientos arbustos de tartagueros bordeaban parte de la carretera que conducía a Santa Cruz. Bajábamos por la carretera de La Cuesta.

Abordamos Santa Cruz por la Cruz del Señor. Recordé con cierta nostalgia a mi maestra pintora. Tenía su estudio en este barrio. Cruz del Señor. El Señor de La Laguna. El Señor de Tacoronte. Muchos Señores en la isla. Y muchos vehículos con tubos de escape. Nos costó media hora llegar a la plaza de La Paz. Con una paz zombi  este lugar que en otra época había sido tan populoso. Ahora una nada con cine Víctor Cerrado, kiosco cerrado y una pequeña fuente de veintidós caños insignificantes al este de las vías del tranvía. Rosario Fuentes se disipó de mi memoria. Aparcamos. Fuimos al Aurora. Pedí el periódico. Espere que termine lo que estoy haciendo y le doy el periódico, dijo uno de los barman. Dos rones para reponernos del susto. ¿Por qué hiciste eso? Sin respuesta. Un hombre celoso no puede dar ninguna respuesta razonable. Mejor un güisqui, me tranquiliza más. Vale, un güisqui para ti, un ron para mí. Y un bocadillo. No habíamos comido nada. Por fin el camarero me dejó el periódico en la barra, de mala manera, como haciéndome un favor. En el Aurora solo tienen La Opinión. Tuve que esperar a llegar a San Andrés, al bar Castillo, para hojear El Día. Querella contra Soria por afirmar que el PSOE "cuando ha tenido que matar, ha matado". Nada nuevo bajo el Sol. Quien no mata no engorda. En los breves del 07 tampoco había nada nuevo. 

Tampoco es nuevo que en días hechos para el enemigo, los perros ladren. Todos los perros del pueblo parecían haberse puesto de acuerdo para organizar una orquesta de ladridos, sin batuta, sin orden ni concierto. Milagrosamente callaron todos cuando sonó la música, no menos estridente, en el móvil de Ramiro Rivero. Te está sonando el móvil, le dije. Él padece de sordera. Yo diría que sordera psíquica. Mató a su padre con un machete, el machete se lo robó su cuñado y la única persona que según él  ayudar para recuperar el machete es su hermana, y la hermana le decía que lo ayudaba si la follaba. Ramiro Rivero no quiere follar con su hermana. Tiene ella demasiado impregnado en el cuerpo el olor de su cuñado, dice. A quien quiere volver a follar es a Carmen Elena. Lo comprendo. Carmen Elena es más aromática que su hermana. 

--¡Carmen Elena!

Apretó la figurita verde de contestación a la llamada y salió del bar. Arrastró con él su vaso y una cara de pesadumbre. Nada que ver con el hombre que sabe nadar contra corriente. Acostumbrado a escurrirse por el mar como una morena. Esta vez ni fábula de lo que era. Ya no puede bajar a las profundidades porque en una de sus bajadas al fondo, se le quebró un tímpano. Desde entonces hay que hablarle en un tono alto. Mejor. Yo solía hablarle en voz baja cuando le contaba mis crímenes, los detalles de las derrumbaderas de la doctora María Guzmán y de la estudiante Elba Padrón. En la misma voz baja en que le hablaría cuando llegase la oportunidad de pintar a Carmen Elena entre unas velas rojas y un palosanto. Melitón dice que el palosanto espanta a los intrusos del más allá. Nadie del más allá nos molestaría en la rutilante atmósfera anaranjada de Carmen Elena. Sentada en un taburete de tres patas, con las manos en las rodillas.

En una página par de El DíaTengo la gala en la cabeza y está más que hecha. Trabajaré de lleno con todos los artistas para terminar de rematar el espectáculo. Página dedicada al carnaval 2007. Yo ni imaginar que esa misma noche, cuando llegase a la casa de mi padre y decidiese por fin encender el móvil y marcar el número pink, iba a oír en el buzón de voz una invitación a un ágape en que los anfitriones eran el artista granadino, el alcalde de Santa Cruz y el gerente de cultura del Ayuntamiento. El granadino Rafael Amargo, como si quería cantar fandango. El alcalde, como si quería cantar blanca y radiante. A mí quien me importaba era el gerente. Me entró el deseo repentino de exponer en la sala de Los Lavaderos los cuadros en que las modelos fueron María Guzmán y Elsa Padrón.

Ramiro Rivero salió del letargo sombrío y se puso hecho una furia. 

--¡Qué se cree! Me dice que Tkam pide mil euros por daños morales. Mil euros por cerrar la boca. Me dijo que estuvo la policía por el Liceo, dice que ella fingió un ataque de nervios. El lunes la llaman a declarar. Y los quiere pronto y no quiere verme. Que mande a mi amigo. Mi amigo eres tú, supongo. ¿Dé dónde saco yo mil euros? 

--¿Mil? --Simplemente le dije que yo se los podía prestar.

Que iba a ser yo el encargado de llevárselos  a Carmen Elena, eso era evidente. Se me iluminaron las chispas del arte. 

--Y tengo que pagar 100 de una multa de la guardia civil del mar.

--¿Revisó el barco? --pregunté, asustado --¿Encontró mis cuadros?

Eran los cuadros en que las modelos fueron María Guzmán y Elsa Padrón. Lo más probable es que si descubrieron los cuadros, hubiesen hecho mueca de disgusto. Arte degenerado. Nada más. No le hubieran dado más importancia. Pero la paranoia es la paranoia. Siempre hay un listillo, con ganas de hacer méritos, que siempre descubre lo que no debe. La verdad. 

--A los cuadros no le hicieron caso. El radiograma no encontró nada sospechoso. ¿Qué cuadros son esos? ¿Qué pintaste?

--Son dos óscar domínguez.

--Mierda. ¿Me estás diciendo que tengo en el barco dos cuadros robados, de Óscar Domínguez?

--¿Por qué no haces literatura marinera?

--La pesca se va a pique. Los pescadores, a tomar por culo. Vamos al barco, tienes que sacar esos cuadros. Me metes un paquete en el barco y me dices que son cuadros tuyos. ¿Qué clase de amigo eres tú?

--Son cuadros míos. Despreocúpate. ¿Por qué le hiciste eso a ese pobre hombre? 

--Vamos al barco. Quiero ver esos putos cuadros.

--Míralos tú mismo, y tíralos al mar si te sale de los huevos. Dame las señas de Carmen Elena. ¿Dónde vive?

--Gracias. 

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