miércoles, 8 de junio de 2022

XVII

La ocasional modelo no asesinable, me preguntó si quería pintarla con hábito de monja. Me sorprendió y admiré cómo aquella mujer, de muy buen ver, organizaba su negocio. Me dijo que estaba al tanto de todas las perversiones y desviaciones del ser humano. Me mostró en su armario una respetable colección de uniformes que usaba según el cliente. Tenía uno de militar que era el preferido de un sacerdote que la visitaba una vez el mes. Otro de jueza, delicia de un político masoquista que quería ser castigado por corrupto. Era habladora. Esta vez no me importó que la modelo no guardara la lengua  en el estuche. Es más, la sonsaqué. Le pregunté si no tenía problemas con los vecinos. Me dijo que no, porque el piso de arriba estaba vacío y el de abajo nadie lo quería alquilar porque allí habían muerto misteriosamente su propietaria, una médico muy simpática, muy agradable, muy buena persona y muy moderna. La echaba de menos. Yo también, estuve a punto de decir. Para evitar delatarme con un lapsus verbal, decidí que cambiase de conversación. Me acordé que llevaba en la bolsa de tela el libro que le robé a Elba Padrón. Se lo di y le dije que lo leyese como si fuera el catecismo. ¿No tienes una banqueta de tres patas?, le pregunté.  Dijo que de tres no, que de cuatro. No todo es como debe ser. En fin, a falta de tres había que aceptar cuatro. ¿Qué leo? Lo que te salga. Era metódica, empezó por el principio. Por el prólogo.

--... Al profundizar en las capas más profundas y oscuras del ser humano y en las manifestaciones más misteriosas de la vida, E.T.A, Hoffmann roza lo siniestro, que aletea de continuo a nuestro lado, no solo en nuestra propia personalidad sino en el mundo circundante. ... La ironía distanciadora libera al lector del terror fatal que podría aniquilarle, al quedarle la duda de que todo puede ser una simple broma de una conversación entretenida.

Había contratado un servicio de media hora y ya se estaba esfumando el tiempo. No me costó pagarle una hora más y que pasase del prólogo al cuento de E.T.A. Hoffmann. Habla de un muñeco articulado que podía ver en tu intimidad como quien lava, y de una muñeca articulada con tan bella voz que por ella casi pierde la razón uno de los personajes del cuento. Cuando llegó a la última página, expresó que le había gustado mucho, la había impresionado, y me pidió que le regalase el libro. 

No se lo regalé. Supuse que el libro conservaba aún las huellas de su antigua lectora. Una mujer de quince años con una plasticidad danzante extraordinaria. Vuelve otra vez cariño, me dijo la profesional de numerosos atuendos.  El libro lo devolví al cuartito de la azotea de la casa de mi padre, y lo ocuté donde tenía escondidos los billetes que le robé a la doctora cirujana María Guzmán. Algunos mese habían pasado desde entonces y mañana era lunes. El día de la cita de negocios con Carmen Elena. 

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