miércoles, 8 de junio de 2022

XVIII

Lunes. Día de la luna. No podía ser otro. Me di una ducha, me vestí de bonito y cogí la guagua de las nueve. A la diez ya estaba en La Gramola, hora y lugar de encuentro. A los cinco minutos apareció Carmen Elena. Deslumbrante. Había pasado por la peluquería. ¿Trajiste el dinero?, preguntó. ¿Qué voy a traer si no? Sonrió. Bebía ginebra con tónica. A mitad de la segunda copa, se hizo la diletante.

--No sé si debo pedirte que me acompañes a mi casa.

Fuimos a su casa. ¿Describo su casa? ¿Para qué? Ya lo hizo Ramiro Rivero en El fuego. Su voluntad de estilo la empleó a fondo. Yo lo haría peor. Lo mejor era ella misma. No se andaba con preludios ni medias tintas. 

Carmen Elena es una acróbata de ágiles y peligrosas volteretas. Caminaba sobre las manos, con la falda caída hacia abajo. En sus mejillas fluía sangre ardiente y oscura que resaltaba aún más el brillo de sus ojos abiertos. Sus piernas se separaban como brazos de mar y una agitación inquieta agitaba sus pechos tras la tela de la falda. Lástima no tener el bloc ni carboncillo en ese momento. Pero tomé apuntes mentales.

Además, es una mujer cultivada. En su mesilla de noche, la novela  Afrodita. Abierta por las páginas 56-57. Leí dos líneas mientras ella abría la gaveta de la mesa noche y sacaba un condón. La cantante miró y vio a lo lejos una mujer que caminaba rápidamente por el muelle. No supe pero supuse qué haría aquella mujer caminando rápidamente por el muelle. No tan rápidamente se movía Carmen Elena en la cama. Tenía el ritmo perfecto, la cadencia apropiada. Y la voz cantarina con la música de Mambrú se fue a la guerra. Follar con una artista de la acrobacia era como estar levitando en Puerto Marte. Ejerció sobre mí un hechizo que nunca antes había sentido con ninguna otra. Me sentí como un pajarito hipnotizado por una víbora. Tenía que pintarla muerta, quieta, con los ojos abiertos. Sumar ese cuadro al de María Guzmán y al de Elba Padrón. No hay dos sin tres.  Me acordé de Melitón y sus naipes. La carta del Colgado se me metió entre ceja y ceja. Miré el techo. No había nada en donde poner una soga y amarrarle un pie. 

--Eres mejor amante que Tkam. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con un hombre.

--¿No disfrutas con Ramiro?

--Se esfuerza pero la tiene pequeña, no me da el gusto que yo necesito.



No hay comentarios: