sábado, 4 de junio de 2022

XIII

La celebración institucional del Carnaval de Amargo fue con comida incluida, escogida, muy buena, y demás. El alcalde habló de sus proyectos. Dijo que todos los artistas tenían derecho a una buena cocina. Hombre sabio. El otro hombre sabio que a mí me interesaba , el gerente de cultura, no apareció. Y el alcalde desapareció después del punto final de su discurso. Nos dejó mirando a Rafael Amargo. Supo comportarse. Glamour y fashion prometía la gran gala del carnaval. Todos aplaudimos y le deseamos un éxito glorioso al granadino. Cuando se acabaron los aplausos, inicié la retirada. Casi sin querer me metí en otra celebración cultural, en otro espacio. Allí dentro estaba Antonio Cubillo, armado con silla de ruedas y muletas. No sé cómo estaban los canapés, servidos por camareras que merecían un mejor menester.  No probé ni uno porque ya no tenía más hambre. Entre la multitud vi a la hermana de Ramiro Rivero. Me acerqué. Me recibió con palabras corteses y dijo que su hermano le hablaba mucho de mí. Sé quién eres, dijo. Una presunción lo de saber quién soy. Todo el mundo sabe quién soy, menos yo. Me sentí fuera de onda. Servían un vino traicionero. Marca conocida. El vino me dio por indagar donde no debo. No sé qué diablos me interesaba a mí la relación de Tkam con la no-sí-sí-no novia de su hermano. Bueno, sí sé. Tkam era uno de los famosillos destacados en el gremio de los pintores canarios. Estuvo en la trupé de los que me denigraron cuando obitó Rosario Fuentes. 

--Para ese artista, Carmen Elena es una putita encantadora. Mi hermano lo tiene crudo. Por favor, llene las copas.

--No, yo no. Gracias --dije, reacio a sorber ni una gota más de aquel vino transgénico.

--Cuando la dejó el marido, decidió tirarse al monte. Se tiró a todos los tíos que conocía, como un deporte.

--Si así es feliz...

--No, nadie es feliz así. Todo pudo haber sido de otra manera. Pero no. Somos cagadas de moscas en el mapa del mundo.

Antonio Cubillo en su silla, junto a sus muletas. Imposible no mirar para este hombre que en un reciente pasado hizo creer en la nobleza guanche. Tenía su razón la hermana de Ramiro Rivero. Ya ni nobleza ni pingas con cebollas. Nada en lo que uno pueda creer. Canapés, vino artificial e izquierdistas reciclados bajo los techos del capitalismo. Bebamos y gocemos.

Bebí y gocé con la hermana de Ramiro Rivero. Lo de gozar no fue hasta el punto de pintarla cadáver. La invité a La Puerta Verde y bajamos al sótano y bailamos sueltos y agarrados. Nos entonamos, nos hablamos al oído, me contó que su amargura matrimonial era insoportable. ¿Por qué?, pregunté. No hubo respuesta. Quedaban quince minutos para que su pareja matrimonial la recogiese en su coche con dirección asistida. Su alma la dejaba conmigo --dijo-- pero su cuerpo no quiso que su amargura esa noche fuese especialmente amarga. Malas pulgas tenía el cuñado de Ramiro Rivero, según supe. Sabiendo me quedé en La Puerta pidiendo otro trago y cambiando de conversación con una señora que también sabía bailar. Me invitó a un hotel pero nada más coger la cama me dormí, y cuando me desperté estaba solo. Con una nota en la mesilla de noche. "Adiós bello durmiente voy a buscar a otro príncipe". Caligrafía gótica.  

 


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