lunes, 6 de junio de 2022

XV

 Pensé en mi madre como la primera mujer de mi vida. La Madre es una marca del Tarot, dice Melitón. Él habla con su madre mientras le cambia un pañal y luego la limpia con un paño mojado y la seca con una toalla no mojada. Termina cuando el café está listo. Me entra una curiosidad repentina y estoy a punto d preguntarle si las cartas pueden decir por qué murió mi madre. ¿Fui yo el culpable? Se me pasa la curiosidad. Prefiero no saberlo, como un niño que percibe la presencia de una sombra y cierra los ojos para evitarla.  (1).

Marcel Rivero le pide que le haga el juego de los cuatro dioses. Quería saber si podía surgir alguna luz en las tinieblas. Cayó la carta de La Torre. Con una navaja picó tres rayas . Una se deslizó desde el pie izquierdo del personaje de la izquierda hasta la forma de feto en la llamarada que abre la corona de la torre. Pensé en el castillo de San Andrés, atacado por las aguas que llegaron de arriba. Lo que en cambio destruía a La Torre era la magnitud del fuego interior. Pensé. "La torre destruida por el rayo", comenté en voz alta mientras con un rulo borraba de sobre el fuego de la torre una de las rayas blancas. "Destruida pingas en vinagre", dijo Melitón. "No soporto los tópicos", dijo. "El significado esencial de la torre es una polla empalmada eyaculando fuego para preñar el cielo", Se despreocupó de mi tópica ignorancia, y miró hacia la arrugas de la frente de Ramiro Rivero. 

--Te mata la curiosidad del niño por las cosas secretas y prohibidas que hay detrás de la puerta cerrada. Quieres abrirla. No con una llave, sino a patadas, como un loco desesperado. Tú verás.

Por cambiar de tema o por interés, le dije a Melitón si las cartas decían algo sobre los famosos crímenes de La Laguna. Tiró dos. Salieron la carta sin número y la carta sin nombre. "Curioso, complementaria geometría", comentó Melitón. Quise indagar qué quiso decir con eso, pero me dio largas. Y Ramiro Rivero lo apuró a que le mostrase el segundo dios. Salió La Papisa.

--Lee, lee lo que está en el libro --señaló Melitón, como si Ramiro Rivero pudiese leer lo que leía la papisa. Melitón parecía leerlo claramente.

--Mal vas si persistes en enviarla a la horca, a la cámara de gas, a la silla eléctrica o al pelotón de fusilamiento.

--Los mil euros. Me gustaría metérselos por el culo --gimió Ramiro Rivero.

Melitón tiró otra carta. La Emperatriz nos miró como mira la Gioconda del Prado, como un lejano narrador de circo que imagina a su público como sacos de mierda.

--Tú Carmen Elena no pinta nada en esta jugada. Esperemos a ver la siguiente carta. Por ahora, lo que estoy leyendo es que sientes por tu hermana un intenso deseo. 

--Odio a mi hermana.

--Claro --dijo Melitón--. Mataste a tu padre mientras la estaba violando y ella no te lo ha perdonado. 

Yo dejé de hacerle caso al tarotista.  A unos locos les da por lanzar piedras, a otros por matar y a otros por tirar las cartas del tarot y creerse mensajeros de Trismegisto, Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Es de San Andrés de siempre, con los cascos derretidos por los solajeros de los veranos. cuando el barranco está seco y los laureles de india se inundan de semillas, como higos pequeños y endurecidos que caen lluviosos al suelo y es desagradable pisarlos.

Demasiada tensión. Ramiro Rivero se puso furioso con eso de que quería follar con su hermana  y que macheteó a su padre no para defenderla sino para ocupar el lugar de su padre, y quiso hacerlo pero no se atrevió. Mejor dejar pendiente el cuarto dios. Fuertes dioses. A cual peor. Ramiro Rivero no quiso tampoco ver el cuarto dios.

--Ya le dije que va mañana, con los mil euros. Gracias, te debo una.

--Me debes mil. 

--Tarotistas son los que tarotan --se oyó a Hansel, que entraba en ese momento en el choso donde Melitón vive con su madre, atraido por el olor del café. 

Melitón dio por concluida la jugada y guardó las figuras de Marsella en un saquito de trapo, al que hizo un nudo, como la madre de Ramiro Rivero, ahora en el asilo de Santa Cruz, solía hacer con un pañuelo de sonarse los mocos. El pañuelo no sé si lo seguirá teniendo. Un día fuimos a verla y no me fijé. Quise hacerle un boceto en una hoja del bloc pero no me dejó. Eso no mi niño, me dijo. Todavía tenía la cabeza sobre los hombros. 

Pusimos fin a rayas y arcanos, dejamos a Melitón en sus cosas y nos fuimos al bar Castillo. Por el camino, entre el rumor del viento en el barranco, pensaba en María Guzmán y en Elsa Padrón. Pensaba con complicaciones mentales, por culpa de Melitón. ¿Vi yo en la figura de María Guzmán una madre y en la de Elsa Padrón una hija? A una le robé dinero. A la otra no. Bueno, a Elba Padrón también robé. Un libro. Dinero tenía poco. Treinta monedas. Allí las dejé. Tampoco me llevé dos billetes de cinco euros. Los puse bajo sus manos posadas sobre sus rodillas. El listillo que dedujo que el asesino de la estudiante y de la doctora es la misma persona, ¿no ha caído en la cuenta de que una de las víctimas fue despojada de dinero y la otra no, en absoluto? Lo único que puede hacer sospechar que hay un mismo asesino en los dos crímenes son las huellas. Si han investigado las huellas y encuentran las de una misma personas, las mías, en las estancias de una y otra, estoy perdido. La inquietud me atormenta. Mejor no pensar. Si descubren mis huellas y vienen a interrogarme, la inquietud me perdería. Tengo que estar tranquilo. ¿Que las conocí? Sí. ¿Que las maté? No. 

--Ese idiota me ha hecho recordar que el machete me lo robó mi cuñado.

--Saliste bien del juicio. Te defendió tu cuñado, demostró que es un buen abogado --le decía Hansel.

Ese suceso, la muerte de un padre mientras violaba a su hija, hacía quince años que había sucedido. El que pronto sería cuñado de Ramiro Rivero, el abogado que lo defendió, contrató a Hansel como testigo para que declarase que había visto a alguien salir a todo gas de aquella casa empuñando un machete. Como esa noche había luna nueva y hubo apagón en el pueblo, no le pudo ver la cara al criminal y su silueta y su forma de moverse no era de San Andrés. Su hermana declaró que entró en la habitación después de su hermano, que en ese momento encendía una vela y... no declaró más. El llanto y los nervios la libraron de entrar en detalles. Ramiro Rivero salió libre sin cargos. Lo siguiente de esta historia --según me la contó Hansel-- es que Ramiro, en vez de deshacerse del machete, lo guardó en su habitación. Lo puso en su cuarto sobre la cabecera de su cama. Hasta que un día su cuñado entró en su cuarto, dijo que eso no podía estar ahí y se lo llevó. ¿Dónde está ahora ese machete? ¿dónde lo tiene escondido ese hijoputa? Es lo que ahora le preocupa a Ramiro Rivero.

--Tenía que habérselo preguntado a Melitón. Vayan ustedes al Castillo. Se lo voy a preguntar. Es la carta que falta, supongo.

Regresó a tocar la puerta de Melitón. Al rato lo vimos entrar en el bar Castillo, con cara de no saber todavía dónde el marido de su hermana tenía escondido el machete con el que mató a su padre. Le preguntamos qué carta le salió.

--El Diablo.

--El Diablo no sé, pero hoy es cuando la Diabla anda suelta --dijo Hansel.

 


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