martes, 7 de junio de 2022

XVI

 Ariadna Herrera fue la única pintora con título de bellas artes que comprendió al artista que llevo dentro. Afortunadamente, no conoce mis secretos. La única que conoce mis secretos es Carmen Elena. Esta no me era totalmente desconocida cuando Ramiro Rivero le dio el jaquimazo a Tkam en el Liceo Taoro. Ya la había visto y oído un día de marras en La Orotava en la finca del cuñado de mi amigo, con la punta del Teide luminosa sobre una corona de nubes y las parras verdeando bajo el sol. En la finca corría el vino. El cuñado quiso enseñarme su biblioteca. Me dio por hojear las cartas de Van Gogh a su hermano. Le mostraba su anhelo de aprender de todas las inexactitudes, todas la anomalías, las modificaciones, los cambios de realidad, para que salgan mentiras, por supuesto, pero mentiras más verdaderas que la verdad misma. Me enfrasqué en las lectura de las cartas de VG y aquel día de marras poca atención le puse a Carmen Elena. Eso fue pocos días después de la inauguración de la exposición de Ariadna Herrera. El único momento en que miré especialmente durante medio minuto a Carmen Elena en la finca de La Orotava, fue cuando preguntó a  Ramiro Rivero, de malos modos, qué diablos había ido él a ver en aquella exposición.

--Los cuadros --dijo él.

--Ya vi lo bonito que te parecieron los cuadros en el artículo que te publicaron en  el Diario de Avisos. 

Riña de enamorados, deduje. Ella le sonsacaba para luego pasarle por los morros que su amigo Tkam le había contado...

No sé lo que le contó Tkam. Me aparté hasta la sombra de un limonero a seguir leyendo las cartas del pintor holandés. 

¿Tkam?  La noche de la exposición de Ariadna Herrera tuve que empujar a Ramiro Rivero adentro de la sala porque se puso reacio a entrar cuando se enteró que la exposición la presentaba Tkam. No quería ver a aquel sujeto ni en pintura. Desde que se enteró que Tkam estaba allí, se quiso ir. Tuve que empujarlo.

--Me tiene la cabeza loca con ese tipejo.

--¿Qué tal pinta ese hombre?

--Ella tiene dos cuadros en su casa. No lo soporto. 

--¿Por qué no la dejas en banda? ¿Qué sacas tú de esa relación?

--Carmen Elena tiene un verbo florido.

Quizá quiso decir coño florido, pero lo tomé al pie de la letra.

--Tienes San Andrés. No necesitas salir del pueblo para tener todos los verbos floridos.

--Sí, es verdad... Oye, esto es bueno --dijo, fijándose en uno de los cuadros mientras Tkam en su papel de presentador pronunciaba palabras de bombo y platillo. Yo me fijé en él porque hablaba croando y miraba con desprecio a todo el mundo. Cuando Ariadna Herrera me lo presentó, corroboré que era un individuo neurótico, engreído. Me interesé hipócritamente por su arte y croó que su tema era el mar de Tomás Morales con los colores de Néstor de la Torre. Dijo. 

--Él también es pintor --me señaló Ariadna Herrera. 

--Sí, ya lo sé, lamentablemente. No pude soportar su exposición de pinturas reales. No me interesa su estilo.

El tipo me dio la espalda. 

--Disculpa a mi amigo --intercedió Ariadna Herrera--, Está en tratamiento psiquiátrico. 

Ramiro Rivero se acercó a nosotros y, mientras lo hacía, dio un hombrazo brusco, intencionado, a Tkam. Ni pidió disculpas. 

--Te presento a Ramiro Rivero --dije.

--Te conozco de leerte. Leí tu libro El fuego. Me gustó muchísimo.

Los dejé conectados. Hacían buenas migas. Yo me limité  a sorber un vino blanco y videar de reojo los movimientos de Tkam. "Al enemigo hay que conocerlo", solía predicar Ramiro Rivero. Me apliqué el cuento. Vestía de lujo, zapatos puntiagudos, corbata verde y camisa de diseño oriental. Correteaba de un lado a otro hasta que se aquietó, con una sonrisa de desprecio metafísico. 

Me pareció miel sobre hojuelas que esa noche Ramiro Rivero se quedase en La Laguna con Ariadna Herrera, indagando en lo que mostraban los cuadros de la pintora. Debieron hablar mucho de pintura. Dije adiós y los dejé mirándose los dos a los ojos. Cuando llegó las once de la noche, yo tocaba a la puerta de un sexto piso en la avenida de La Trinidad. Me abrió una mujer agradable. Le expliqué lo que yo quería. Aceptó.

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