miércoles, 28 de octubre de 2009

Acabado el programa, bajamos al bar Santa Cruz, donde también miembros y... sí, por qué no, miembras de la Policía Nacional gozan de rélax en medio o al final de la jornada laboral. Esta vez Anghel se incorporó por fin. Todavía no entiende bien que vale más discutir sobre la independencia con españoles sabios que con canarios anquilosados. Y recuerdo otra vez a Ignacio Aldecoa, un godo que escribió sobre estas islas como pocos canarios lo han hecho. Y recuerdo que también el dominico padre Espinosa era también un godo, y que defendió a los naturales de las islas, como pocos de aquí han sabido hacerlo, contra la rapiña de los mal llamados cristianos. Casi todos los ejemplares de su libro, que tantas fatigas le costó imprimir, los acaparó un familiar descendiente de uno de esos rapiñadores y los destuyó sin dejar ni uno. El pariente del conquistador marcó el destino de los escritores canarios con valor, ser borrados del mapa del mundo, y no siempre por gente extranjera sino por los mismos de aquí. Eso me recuerda lo que a veces me daba por decir en la barra del bar Castillo (ahora mi academia literaria, donde sigo aprendiendo a escribir), quizá con atrevida ignorancia (pues ahí está, sin ir más lejos, Alonso Quesada), que el poeta canario no debe tener otra misión que superar el primer poema conocido de la literatura en español de estas islas, la endecha a la muerte de Guillén Peraza, la maldición a una de nuestras islas, que yo hasta ahora creía que lo había escrito un español, pero después de leer los editoriales de El Día, me han surgido dudas...

No, no estoy de acuerdo contigo, amigo Anghel. Dice el dicho que con amigos así, no hacen falta enemigos. Independentistas como el señor Malhaya dejan sin función crítica ni política dejan ni necesidad de existencia a gente como González Jerez, que puede no caer simpático pero sabe escribir, aunque se equivoque, como se equivocó con Marcelino cuando Ricardo García Luis, en una labor admirable y poco reconocida (otra vez síndrome padre Espinosa), elaboró a mano e hizo surgir a la luz, en tres o cuatro cuadernillos, una colección de cuentos de autores isleños. (Por cierto, amigo Anghel, a ver si le consigues a Marcelino un artículo que Jerez publicó en Diario de Avisos --donde también colabora nuestro Lizundia-- sobre los malos buenos escritores).

Hablando de articulistas, ya sabes que yo leo a Andrés Chaves y Peitaví (aunque no esté de acuerdo con todo lo que dicen). Ahora sólo leo El Día, no por afinidad electiva sino porque es el único que llevan a la barra del bar Castillo. Antiguamente también llegaba La Opinión, pero con la crisis... El Diario de Avisos a veces lo hojeaba en el garito lizundiano que está a la entrada del pueblo, donde lo más grato es la vista al mar, con sus barcos fondeados y, en los día claros, Las Palmas rompiendo el horizonte... perdón, Gran Canaria... perdón, la isla de Canaria... Pero desde que Chani me dijo que mirara parriba, para las piedras sueltas en la montaña, voy poco por esas mesitas.

Y hablando de Chani, hoy subimos a la fuente de La Vicariña a buscar agua, y me preguntó por tí.

--¿Anghel leyó mis poemas, los que pusiste en tu blog?

--Yo qué sé, no me ha dicho nada.

--¿Que no leyó mis poemas?... Y el que escribí en la Tasca el otro día, cuando estabas con Marcelino, ¿lo pusiste en el blog?

--Coño, no me acuerdo, ¿qué poema era ese?

--Uno que hablaba de un orangután... ¿me vas a decir ahora que no te acuerdas?

Vale la pena subir a la fuente, y estar ahí un rato llenando botellas, rodeado de montañas a las que aún no subí ni de cuevas a las que aún no entré, a buscar los poemas que merece Campanilla. A buscar ese poema que deshaga el hechizo de la maldición, esa maldición que nos hace sordos al penúltimo clamor de los guanches, a ese "hermanos, esta gente extranjera / viene a robar nuestro gofio / y a convertirnos en esclavos. / Si no nos unimos...". Ni traducido al español, raramente oímos el grito antiguo.

--¿Qué tal el programa? --preguntó Chani.

El programa bien. Palante. Yo no sé nada, pero algo sé. Sé podar y sé sembrar, elegir la planta que pongo en la huerta. Y Radio Unión, por fortuna, no es como mi cuñado. Saber elegir gente más sabia que tú, es un logro. Tú mismo, y José María Lizundia, y Ramón Hernández, y Juan Royo, y lástima que no haya seguido mi hija Sibisse... Una mujer como ella es lo que aún necesitamos, pero ya la encontraremos... quizá Campanilla, si por fin decide salir de la tetera...

--Ya sé quién es Campanilla --dijo Lizundia en el bar Santa Cruz, en el posprograma--. Es tu novia de Navarra. Conoce bien aquello. Sabe lo que es el Bocho y los vinos de la Rioja Alavesa.

Me quedo en 33. Pos a lo mejor es ella --reflexiono--, y la muy alada aceptando la invitación de Ramón a viajar por los barrancos del Sur, y cortejando con el judío...

--Yo creo que es... --dice Juan Royo, pero Ramón no lo deja terminar.

--Para mí que es esa chica con la que estuvimos el otro día en el Atlántico, la chica rubia... Trini...

--Pero Trini, que yo sepa, no ha estado nunca en las vascongadas... --dije.

--Bueno, yo me voy que tengo que ir al gimnasio --dijo Juan.

--Y yo también, que tengo ahora el partido --dijo Ramón.

--Y yo ahora tengo trabajo --dijo José María.

Paseamos Anghel y yo hasta la casa de Marcelino, y luego a tomar unas cañas en el bar enfrente de la Sindical.

--Ahí trabaja tú amigo Lizundia, y ahí trabaja Míriam --dijo Anghel.

Una hora después, estábamos Marcelino y yo en San Andrés, viendo los barcos de Suso, y después en el bar Castillo, viendo el partido. Jonay, el barman de Añaza, dejó escrito a su padre, barman de la mañana, en un cartón sobre la máquina registradora: "Arcoyano 4 - Real Madrid 0. Jódete, viejo".

No hay comentarios: