domingo, 2 de diciembre de 2012

de paseo por Santa Cruz

Arriba en La Maldad dejo una hoja escrita con más reflexiones sobre El corsaario de Lanzarote. Mañana será papel mojado. La novela me dejó la intriga de Mariana, la segunda mujer del ya marqués don AGUSTÍN DE HERRERA. Un joven bueno hasta que se murió su abuela consejera y maestra de su porvenir. Si la encuentro, la contrato para la Academia Chistoski, donde todo es posible menos ganar dinero. La fecha clave en que don Agustín dejó de ser buen hombre y se hizo político, también puede ser el día de la boda con su primera esposa, doña Inés. En medio de esta y de la última, Bernardina, la señora adúltera, a la que le importó poco que se burlaran de su marido, un tímido comerciante genovés, y que este se muriera, con una muerte que me recuerda la película de Torrente donde el investigador Segura le explica al víctima el tamaño de sus cuernos. Los cuernos mal llevados hacen un daño irreparable. Esto le pasó al comerciante genovés. El autor no entra en la pobre alma de este hombre. Algo sí entra en la del morisco que servía de lengua a don Agustín con una fidelidad de hijo. Lengua en el sentido de traductor simultáneo, no de correveidile de un lado a otro llevando cuentos. Yo el cuento que ahora puedo llevar es que escribo en un cíber de General Mola (no sé si ahora avenida Canarias) casi enfrente de la sede del CCN, paradigma de la mentira al ciudadano. No sé si al pueblo. Al pueblo, como es tonto, no hace falta engañarlo. Se lo cree todo. Yo por ejemplo, creo en el alcalde Bermúdez, al que la vaca (periódico El Día) ya parece no querer devorarlo otra vez. A ver cuánto dura la creencia. Mientras la realidad sigue su inexorable camino, la ficción sigue interviniendo en la realidad. Hoy estaba avisado para hacer un papel en la próxima película de ... (daré nombres cuando la película esté ya circulando). Mi papel era el de un hombre fracasado que se ve reflejado en el triste fracaso de su hijo, en su derrota. Siempre tuve dotes de actor. Los mentirosos somos buenos actores. Una vez, en los años setenta, en una obra de teatro que ensayábamos unos cuantos a las órdenes del pintor Fernando Álamo, yo hacía el papel de novio rabioso. Lo hice tan bien que la chica se asustó y la obra nunca se estrenó. Ya no me acuerdo del título. De esta sí. Permanezcan atentos a la pantalla.

A la salida del rodaje, vimos a Anghel. En perfecto estado de revista. Más que del hierro, es un hombre salido del acero.

Un hombre a imitar.

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