martes, 11 de diciembre de 2012

Un libro que llevo de un lado a otro tenía que haberselo cambiado a Marlene el otro día cuando fuimos a ver La historia de Pi, película para niñas, en la sala una mujer a mi izquierda alisando un celofán y a la derecha Marlene con dos gafas puestas. La película era cartón piedra con mensaje humano. Me recordó Historia de un naufrago, sólo que esta sí que auténtica, la que le contó el propio náufrago a Gracía Márquez. Este, el naufrago, sin camara al otro lado y equipo de belleza cuidando escena por escena. Regaló la película, pero no la compañía de mis amigas de Laguna y Norte sucesivamente. En el trayecto de vuelta pidió que le alcanzara de su bolso la carátula. Un bolso muy bonito, de cuero negro. Detuve la vista descubriendo lo que una mujer lleva en su bolso. Entre otras maravillas, un libro, Cucarachas con Chanel. Tentaciones me dieron de quitarle la novela de JRamallo y dejarle dentro, como venganza, el llibro de poesía que llevo de un lado a otro como una penitencia. Un libro de poesía de qué bonitas son las mariposas y qué bella la puesta de sol desde mi balcón. A lo mejor, hasta le gustaba el cambio. No creo, pero nunca se sabe. Sin embargo, ya no le guardo rencor por la tarde que me llevó a ver Abubukaka y esa noche no me llevó al baile. Fiestas pasadas donde yo no fui invitado. No puedo estar toda la vida como el hada número 13 del cuento de la Belladurmiente. Prefiero ser el enanito no recuerdo cómo se llamaba de Blancanieves. O el cazador de Caperucita. Ya no me sienta bien el papel de lobo.
Dejé a Marlene la salida del garaje, ella rumbo a su casa y yo a la parada del tranvía. En Las Mantecas subió una vieja muy fea, le colgaba el labio inferior sobre unos pechos que le caían hasta las rodillas. Se sentó a mi lado. Yo llevaba el dichoso libro, arrepentido de no haber cometido el cambio en el bolso de Marlene, y un bolígrafo tachando verso tras verso.
--Veo que eres un buen escritor --otra que me llama buen escritor, prefiero buen hombre, pero en fin, como si me llamaba pinga pelada, no pensé llevarle la contraria--. Pero un escritor tiene que ser rico --dijo--, y yo sé cómo hacerte rico.
Nos bajamos en Cruz del Señor. Ya me había dicho cómo hacerme rico, a cambio de algo. Lo que me pedía a cambio era una ridiculez al lado de tener la cartera llena y vender la vergüenza y comprar voluntades.
--Sí, por supuesto. Haré lo que me pides.
La cosa era sencilla pero complicada. Pero ya llega la hora de permiso en el ordenador y de bajar a la radio...

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