miércoles, 26 de diciembre de 2012

horas bajas

--Anoche me despertó la sed. La casa entera se había confabulado para llenarse de una atmósfera que me producía angustia, miedo y tristeza. Las tonterías humanas, esas frivolidades o dudas con que endulzamos o amargamos los días, carecieron de cualquier valor. Nadie juega sucio, ni limpio. Nadie es un timador de sentimientos, ya no hay sentimientos, pasaron de moda. Y por otra parte, nadie en realidad se divierte. Jugamos a hacernos prisioneros unos a otros. Carcelero o prisionero. Un día una cosa, otro día otra. O toda una vida. Pero el juego se acaba. La angustia secó la frivolidad, el miedo borró los temores, y la tristeza acabó con las cotidianas penas que a veces sentimos cuando nos desplazan, nos mienten o se burlan de nosotros. Nada de eso ya existe. Nadie hace daño a nadie, ni bien... Como si un alma en pena hubiese entrado en la habitación donde duermo. Desperté como si esa alma, abatida de hombros, con los ojos apagados, me estuviera diciendo: "Por favor, no puedo más. Quédate con esto, todo esto, por favor". Y todo esto era esta angustia sin motivo, esta tristeza vacía, este miedo opaco.
La noche anterior, el tocayo Jesús, en el bar de Nally, me había contado la historia de uno que se mató en el puente grande. Por la mañana, el hermano pasó por el puente y vio el cuerpo en el fondo del barranco. Llamó a la policía, y esperó, curioso, entretenido... Y Rosa lloró en mi hombro, con la espalda apoyada en la tragaperras del fondo de la barra, la amargura y desolación que la rodea y su nostalgia de Santo Domingo... Y ahora, después de ver la película del Tea, me encuentro con este hombre que me habla de angustia, miedo y tristeza espritual, metafísica. Es un colega. Vimos la peli juntos. Selva amazónica. Fondo de crítica social. La codicia que no piensa en los hijos que heredarán la miseria. Una puta en los últimos grados de la degradación, es salvada del fango por un pastor evangélico, que se casa con la pobre chica. Ella recibe a un antiguo amor, un fotógrafo, que llega al, y recupera el tiempo en que el sexo era pastel de monjas. Quería al predicador pero amaba al fotógrafo. Al final, al marido lo matan por no saber callar la boca. Culpan al fotógrafo y le sacan un ojo con una pedrada. Etc.
Y luego este hombre que da pena mirarlo, pena normal, no metafísica. Quiere que lo acompañe a tomar una copa. Necesita hablar. Voy a tomar esa copa. Evitamos brindar por nada. Y por la noche sueño que estoy en el tranvía, destino intercambiador, y la velocidad sobre los raíles es desmesurada. Pensamos que el conductor está loco. No, no está loco. Está muerto. Le dio un pronto en el estómago, y murio. Algunos paasajeros intentamos hacernos cargo del gusano metálico. Es inútil. No sabemos como frenar la máquina. Tememos un final nada agradable. Pero gracias a la intervención de bomberos y policías, gracias a dos perros policía,no sé como lo hicieron,  el tranvía se detiene junto al teatro Guimerá. Esta vez hubo suerte.
Despierto y salgo a tomar un café al bar de Ibrahim. Eloisa, una vieja mujer, me habla de su vida. Señor, no veo ningún perro cerca. Hay otros animales... 

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