domingo, 24 de junio de 2018

Bueno, no puedo dejarle a otros lo que yo tengo que hacer. En una novela donde salen mujeres en primer´plano, que no haya una menstruación es imperdonable. Lo digo por mí. Por la novela Dos moscas enemigas, que no sé si darla al editor --últimamente no lo veo muy aliado, soy un grano en el culo en el gremio, me toleran por respeto pero me han perdido el cariño porque el cariño está bien pero ya no tengo edad sino para negocios, y si el editor piensa que no soy un negocio, tengo que pensarlo yo, y pensar en autoedición, como Kavafis o Belén Valiente.
Las coplas de Juan Cabrón hubieran tenido cierto éxito. A las mujeres, el principal público, le atraían esas coplas. Pero le faltaba algo. Otra vez la menstrua. La menstrua alba de nuestras canciones, como cantaba Roberto, casi convirtiendo en aurora la sangre...
Sangre de Cristo, tiene razón mi escritora de Charco del Pino. ... Señor, ¿en que tenía razón? ¡se me fue de la cabeza. ... ah sí, ... joder, se me volvió a ir... Bueno, recuerdo más o menos otra de sus frases: la vida es comer, cagar y lo otro. De lo otro prefiero no hablar aquí. Nada tengo qué decir. Ah, sí, que la escritura es una terapia. En mi caso también, por eso escribo en público estas cartas íntimas a mí mismo, ya que mi amiga no quiere darme su correo.
También para aclararme algún enigma. Como esa menstruación que debo construir --a ver qué me ayuda-- que manche una novela, Dos moscas enemigas, donde el crimen es un telón de fondo. Esa sangre debe señalar la otra sangre, la del crimen, esta sí que está. La novela, porque sé que lees esto, para no perdernos va de dos hermanos (misma madre) en que uno acaba con el otro, librándose así de la tiranía a la que estaba sometido y convirtiéndose él en un tirano. Este tema lo recuerdo de la película El sirviente, aunque en la novela está más relacionado con el doctor Jekill y mister Hyde.
En cuanto a los personajes, creo que he seguido a rajatabla la regla de Aristóteles: dos rasgos cada uno y para de contar.
Novela poco aristotélica es la que nos tocó en el club de lectura está vez. Un autor francés poseído por el espíritu de la pesadez. Lo mejor que tiene esa novela, Victoria, es la estructura, hecha con tiralíneas. Con estados rocambolescos y macabros. Por ejemplo, un padre gritándole al novio de su hija --recién fallecida, a quien le echa la culpa de su locura y de su muerte-- "¿La sodomizaste?, ¿le metiste la polla por el culo?", y el personaje del padre, claro, es un retrógrado y él, el protagonista narrador, es un hombre de izquierda y famoso jefe de obras a cargo de la construcción del mayor y más retorcido rascacielos, en París, la ciudad de las luces, y cuando tiene una aventura --el corazón de la novela--, aventura con Victoria, aventura de donde surge el amor, su más grato recuerdo de los actos sexuales con ella es... Bueno, retorcido el autor. Pero así está la vida, en cierto modo. Retorcida.

No celebré la noche de san Juan. Al carajo. Le debo un cuadro. Esa noche me encontré, que ella venía de las hogueras, con Afro, con el pelo recogido.

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