jueves, 28 de junio de 2018


He cortado comunicación con el mundo. Es el primer paso. En mujeres, ahora sólo pienso en las que tengo cerca y pueden darme cancha. Hay visiones románticas, por ejemplo la dama renancentista. El otro día no fue por el club de lectura. Me dice una amiga suya que es católica practicante, que la novela del francés no es de su agrado. Si hay alguien que se equivoque sobre una mujer es otra mujer, sobre todo si es amiga y presume de conocerla bien. No sabe de la misa la mitad. Las miradas son delatoras. Los besos que le doy cuando nos despedimos, aunque lejanos de los labios, son sensuales y ella lo nota y me los acepta con la mirada. A veces me habla del marido, como si quisiese que yo lo tuviese en cuenta. El marido, o el novio o lo que sea de las mujeres que deseo me importan poco. Pero no dejo de comprender que a ellas sí. Si son honestas, si siguen amando al compañero de sus vidas. Si no, no hay marido que valga. Otra que deseo especialmente me intriga. Sé que está con alguien que la aburre. Sus deseos de soltar amarras son enormes. Lo noto. Y le aconsejo, cuando me lo pide, que no sea loca, y le muestro lo que siento por ella, y no me rechaza pero tampoco me dice déjalo todo y ven a mis brazos, a mis labios. La dama renacentista y ésta me despiertan deseo donde no es ajeno el amor. No tanto como a ..., la que sospecho que me llama y no he podido coger la llamada, pero sí amor. Ternura y comprensión. Pero hay otras que no. Unas que no necesitan amor, y quizá esperan un paso por mi parte, sin amor, con deseo limpio, pero no me atrevo porque no me agrada el rechazo, lo cual también es posible, aunque lo dudo. Otras, que hay que ir con más cuidado, sí piden amor, un amor que no les tengo ni quiero fingir. Se acabaron los tiempos del fingimiento.
Cuento esto porque hay rasgos en el personaje de la novela que están cortados por la misma tijera. Es un personaje que, como yo ahora, hasta una determinada pagina lleva tiempo sin tener ayuntamiento con hembra. No hay ninguna que me eche para atrás. Las feas porque son una enigma, una caja de sorpresas, y las guapas por no hace falta decirlo. En fin, a ver cómo aprovecho estos descubrimientos para darle carga de profundidad al personaje en su tiempo célibe, antes de que una sorpresa lo invadiese, y como en una caída de fichas de dominó en fila india, después de la primera sorpresa cayesen una detrás de otra.

El enigma de Victoria ya le estoy terminando. Es una mala novela que si hubiese sido reducida a un tercio de lo que es, hubiese sido una aceptable, incluso más que aceptable, novela. Es mala, fabricada con tiralíneas, con ideas políticas de tertulia barata, y pedantemente poética. Salvo las páginas de su diario íntimo que Victoria le envía al narrador jefe de obras, su amante, el hombre que lleva el peso de la construcción de la torre Uranus, el rascacielo mayor de París, en foma de rayo, con pisos que se desencajan unos de los otros. Victoria, la mujer de mundo, también casada pero sedienta de necesidad sexual, y que encuentra en e e de obras, el hombre continuamente empalmado, su amante ideal; le propone recuperar su oficio de arquitecto y construir el edificio emblemático de la empresa donde ella trabaja y gana cifras al año desorbitantes. Él sólo gana unos seis mil euros al mes. 14 pagas.
Una lectura freudiana admite que la torre Uranus es el símbolo de la erección continua del protagonista, y el edificio que quiere construir para la empresa de Victoria, es el coño de Victoria, abierto al mundo, receptivo y aparentemente transparente. Trasparente una mierda. Es un agujero oscuro. Tengo que terminar la novela para comprobarlo. Me faltan cincuenta páginas.

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