martes, 19 de junio de 2018

Sigo con Baile de tapados. Ellos baílan y yo quieto míro. No creo que María Chanina entre mestruando en una bodega. Sin embargo ahora la veo en ese trance en el libro de Ignacio Gaspar. Cosas mías.

El mecanismo de la narrativa. Buf, claro que se piensa en eso, pero a veces pensar no es existir; existir es hacer, ir por un lado o por otro, o saltando por todos lados.

En un lugar de la red vi un texto que viene a cuento de una discusión literaria con mi amiga escritora. Explica mejor lo que le quise decir. (No apunté el nombre del autor):

"Se dice que Joyce es el epítome del escritor, que su obra contiene toda la literatura. Yo diría que lo que contiene es todo el diccionario. Joyce escribe desde la omnipotencia, desde la omnisciencia, desde el dominio absoluto del lenguaje. Joyce pertenece al club de los autores que no sólo no tienen miedo de las palabras, sino que hacen alarde de ellas. Leyéndolo, uno no puede evitar la comparación con los nuevos ricos: en todo momento tienen que mostrar sus riquezas.
En mi único viaje a Dublín, siguiendo las huellas de Joyce, a quien en realidad descubrí fue a su sombra: Samuel Beckett. Este, a diferencia de Joyce, desconfiaba del lenguaje, tenía miedo de las palabras, de ahí que decidiese cambiar de lengua, no para mejorar su estilo sino para empobrecerlo, para trabajar desde la impotencia, desde la dificultad, desde la inseguridad. ... Beckett construía una literatura nueva, irreductible a los patrones por entonces vigentes.
Frente a lo que habitualmente se piensa, uno sólo se convierte en escritor cuando empieza a tener miedo a las palabras. Y ahora me pregunto si tras la aparente omnipotencia de Joyce no se oculta un profundo temor al lenguaje".

En fin, lo que quería decirle a mi amiga es que hay narradores que lo cuentan todo, pero hay otros que cuentan menos pero tienen mayor alcance, crean universos más auténticos. A ella la pongo en este grupo.

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