lunes, 4 de noviembre de 2019

El zigurat de las novelas quedó en el olvido. Lo traslado ahora (en el mundo de las ideas) al cuento. El cuento impecable. En Canarias, en mi memoria están La posesión (Isaac de Vega), La fiesta (Antonio Bermejo), La mujer y el pájaro (Ignacio Gaspar) y uno que está, no recuerdo el título, en Ensalada de Canónigos (JRamallo) y otro en Retrato de Marlou Diesel (Marcelino Marichal). Gregorio Duque me nombró, cuando hablé de esto en facebook, dos cuentos de Víctor Ramírez, pero no los he leído.
La relación con los cuentos universales (es un modo de hablar) la tengo localizada en el caso de Bermejo (El artista del hambre, de Kafka) y en el de Gaspar (Macario, de Rulfo).

Estos estarían en el techo del zigurat. Pisos más abajo hay cuentos loables pero no impecables. Materia para la transformación. Si te fijas en el transcurso de la historia, los más sensatos autores  (muchos anónimos) se alimentaron de obras precedentes y las transformaron. El transformador que supo hacer su oficio, ese dejó la obra en la posteridad. Imagino a un Kafka aburrido y obligado a custodiar los millones de folios que yacen en el Registro de la Propiedad Intelectual.

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Mi amiga virtual estima mi escritura, como mi amiga del Rincón de la Reina estima hablar conmigo. Es un adelanto. Me acuerdo de una mujer judía, que conocí en tiempos de badoo, que cuando nos vimos me dijo que yo parecía otro, no el que le escribía cartas por correo electrónico. Y recuerdo también a otra mujer, vikinga, que viajó a Tenerife a conocerme y cuando me vio en el aeropuerto, adonde fui a buscarla, se le cayó el alma a los pies. Menos mal que luego atiné a levantársela, el alma. En fin, loro viejo no aprende idiomas. Pero sí puede aprender a afinar el que sabe. El lenguaje de lentejuelas del vodevil era lo que más me gustaba, y mi aspiración infantil era convertirme en un charlatán de feria, por eso me sedujo la poesía y me dio por ahí. Hoy ya no intento seducir. Ni intento amar, aunque esto es más complicado.

Su obra mágica la tengo junto a mí. Cerrada. La perla escondida.


En el recital sin nombrarla declamé unos versos que le hice. Casi nadie entendió nada. Sólo la mujer que salió al final y cantó a las mujeres kurdas me oyó. Como yo la oí a ella.

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