jueves, 14 de noviembre de 2019

Ya pasó el tango y viene el bolero. Cortejos de amor. Mejor con dos mujeres a la vez, o con dos hombres si eres mujer heterosexual. Uno que camina contigo en la vida y otro que se esconde para alegrarte el camino. En los antiguos tiempos la mujer de Lanzarote podía tener cuatro maridos. Uno hacía de zángano mientras los otros tres trabajaban la tierra y el ganado. Se iban turnando, uno por cada estación. Pero eso eran tiempos antiguos. Cuando la cabeza (la inteligencia), el corazón (la intuición) y el coño o la polla (el instinto) estaban en armonía con la naturaleza de la tierra y del cielo.
En el lado contrario está la lujuria, la gula del sexo. Ahí no hay orden ni concierto sino emociones que arden y luego son cenizas, instinto dominante. Malas consecuencias.

El ideal sexual, una costumbre alimentadora, una costumbre que se hace ley, no existe hoy. La solución del adulterio (si hay casamiento o compromiso) exige la intervención de la inteligencia, la estratagema del engaño. Está de una manera deliciosa, en la que la mujer muestra su poder de seducción y su arte para engañar a un marido que se lo merece, en El celoso extremeño de Cervantes.

La pornografía es un género denostado. Como si Sade no fuese pornógráfico, o Bataille con aquella misa negra donde dos niños que están aprendiendo le cortan los cojones a un cura y los ponen en la copa de vino consagrado. Pero la literatura maligna está hoy mal vista. Esta época agonizante necesita profetas del bien que saquen a la humanidad del lodazal. Y los profetas no aparecen.

Hoy me detuve en un cuadro. La esposa del pescador y sus hijos. En el cuadro se ve a una mujer, con ojos nostálgicos, en la orilla del mar sosteniendo a dos niños pequeños en sus brazos. El salto de caballo me llevó a otro cuadro que vi también en pantalla hace poco. El sueño de la esposa del pescador. Ella está desnuda, acostada a merced de un pulpo que le come el alma y otro pulpo más pequeño que le besa los labios, un pulpo pequeño que le dice a la dama:

--Ay, ay, cuando papá termine yo también quiero meter mi ventosa y chuparte un poco más...

--Te chuparé magistralmente aún más, aún más... --el pulpo grande.

Ella:

--Pulpo odioso, tu boca y tu ventosa me hacen perder el aliento, ay, ay, así, así, así me gusta, ah...

Cuadro de líneas deliciosas rodeado de literatura chabacana. Excelente contraste.




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