sábado, 9 de noviembre de 2019

La mala racha ha fastidiado los buenos propósitos. Comprar cartera nueva, nueva radio y nuevo despertador. A la cartera mora se le desvaró el hilo, la radio no funciona y el despertador tampoco.

Ayer hablé con un colega sobre la vida y la literatura. Quedé con él en la plaza de Ibrahim, y vi en el móvil que eran las cinco y media pasadas y me extrañó ver Ibrahim cerrado, la puerta metálica luciendo plateada en lo alto de la escalinata. Ni me acordé que tengo el  móvil con la hora peninsular, como el filósofo Muguerza cuando estuvo dando clases por Tenerife. Perder el control del tiempo, del dinero y del ruido del mundo está bien si vives fuera del mundo, si no, es una jodienda, o una insensatez.

Insensato vivo. No bajo a Hacienda a cambiar la dirección. Hace tiempo recibí una carta, sobre la pensión, a la casa de San Andrés, y me avisaron tarde. Así que tendré que pedir número a los burócratas que mueven eso. La residencia también tengo que cambiarla. Llega el invierno.

Hablamos de Candelaria Villavicencio. Su poesía la visualizo como un remolino que fluye hacia un fondo oscuro, y al otro lado de esa circular negritud, se unen todas las palabras en una. Hace ver lo que hay más allá de lo que es aparente. Poeta mayor Candelaria Villavicencio.

Tema más general con mi interlocutor fue el amor. Terminé diciéndole que yo había mandado al carajo el amor. Frase efectista y que te puede sacar de un apuro en un debate, pero mentira. Como todas las frases efectistas. En el feibu ha corrido estos días una de Camus, un hombre que sabía pensar: "Que no te ame quien amas es una desventura, pero la desgracia es no saber amar".

Hay un poema de Kerouac que lo recuerdo en esencia desde que lo leí en lejanos tiempos:

El peso del mundo es amor.
 Obsesionado con ángeles o demonios
no se vive sin sueños de amor

Es casi lo mismo que le dice el doctor Vigil, su amigo, al cónsul en Bajo el volcán, creo recordar que en la escena donde los dos amigos están frente a la Virgen de los Desamparados, la de los que no tienen a nadie:

--"No se puede vivir sin amor".

Bajo el Volcán comienza, capítulo 2, con el cónsul bebiendo en una cantina, pensando en Ivonne, obsesionado de amor amargo con Ivonne, y ella regresa después de haberlo dejado solo. La bebida o la fealdad del mundo, y no poder olvidar que su hermano lo engañó con su mujer, lo ha vuelto impotente. Su amada regresa pero él ya no puede amarla. En el capítulo 12 sufre una eyaculación enfermiza con una prostituta, en el Farolito, lugar de mezcal, y luego, por fuera del local,
un puercoespía le pega dos tiros y el moribundo se ve caer al fondo de una barranca infestadas de perros muertos.
--Hacedor de tragedias --llamaba el doctor Vigil a su amigo. Un hombre, sospecho, que de haber estado bien dispuesto a dejar de pensar en cómo follaron su hermano y su mujer, un polvo asilvestrado, sabor de fruta prohibida, seguramente no hubiera perdido a Ivonne. Pero el amor posesivo, el querer ser ante la mujer que amas el más dotado (y no serlo), lleva al desastre. El autor, Lowry, sufrió el caso y no lo superó. Había hecho con Bajo el volcán no sólo una máquina que funciona como la de un reloj, sino una profecía, no sólo de su vida personal sino del mundo. Un reloj que da la hora en la casa de los locos. Estuvo Lowry en una casa de locos. Su novela más corta, y más sobria, la escribió (el primer borrador) en ese sitio.

Tengo que preguntarle a Marcelino en qué libro están estos versos

El reloj que da la hora
en la casa de los locos


Y mientras, el amor al carajo. Desde ahí se ve todo con más amplitud.


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