sábado, 17 de octubre de 2020

 --El franquismo estaba muerto hasta que llegó Zapatero y lo resucitó. Yo no soy de derechas, pero el obrero estaba más protegido que ahora; para echar a uno el empresario no lo tenía fácil, como ahora,que tanto que iban a derogar la ley laboral... Yo no soy de derechas, y menos de Vox, pero este Gobierno... --me dice K mientras nos recogemos calle arriba bajo la luna después de salir de Ibrahim, de yo ganar en la máquina después del partido (Madrid 0 - Cádiz 1). 

K se tiene que levantar a la seis de la mañana para ir a trabajar. Trabaja de vigilante. Estoy de acuerdo con él. Nada que añadir. Me dice que él también escribe, pero que nunca le dio importancia. Lástima que yo no tenga una empresa editorial. Aparte de publicar a Juan Royo, por ejemplo, vería lo que escribe este hombre. El poder está en la sombra.

Nombro a Juan porque hoy he estado pensando en una cosa que me dijo hace más de un mes:

--A veces no te entiendo.

--A veces yo tampoco me entiendo --le contesté.

Me acuerdo del profesor Vives, de Francés, en el instituto. Nos preguntó que leíamos de los periódicos (a uno que dijo las noticias políticas, le repuso que tuviera cuidado, que le diera la vuelta a lo que decían esas noticias). Mi respuesta fue: "Lo que me interesa y lo que me entretiene."

--Buena respuesta pero que no dice nada --recalcó el estricto profesor mallorquín.

Así fue la mí respuesta a Juan. Ingeniosa pero banal. Eso en vez de preguntarle qué era lo que no entendía. Bueno, tal vez haya otra oportunidad de que me diga qué es lo que no me entiende. 

Su observación fue porque le comenté que a su amigo Lizundia (ex amigo mío) cuando hablaba de filosofía era inentendible. (Cuando habla de sus cosas sí lo entiendo, y lo sigo leyendo con gran interés --tiene un estilo inigualable.)

El que si me entendió fue el vecino Nicolás. 

Hoy por la mañana en Ibrahim:

--Jesús se cansó de mí ayer y me echó a los cinco minutos.

--A los cinco minutos no, a las tres horas --no añadí que después de contarme las aventuras de La Cuesta Piedra que me ha contado ya catorce veces, y de contarme los chistes que ya me ha contado cien veces, con esa risa suya que suena más falsa que Judas.

--Ya no te voy a decir lo que tienes que hacer.

--Ojalá. Poco hay más insoportable que alguien que te esté machacando con lo que tienes que hacer --no añadí: además siempre repitiendo lo mismo.

A media mañana, pasó Manolo el guapo, que mide dos metros, y le dije a Nicolás que sacara la escalera para coger dos papayas ya casi maduras. El papayero hembra crece y ya hay que tener valentía para coger las papayas. Le entró el orgullo y decidió ser él el que volvió a subirse a la escalera, después de que Manolo --que también es un pesado si lo dejas que te coja la camella pero bastante inteligente-- arreglara el terreno para que la escalera no se bamboleara. Por lo menos una cosa en que ha dejado de darme la lata el buen Nicolás es en que quite el macho --ya tiene más de siete metros-- porque se ha convencido de que gracias a él la hembra está dando continuos frutos todo el año. Las mejores papayas de Canarias las plantó aquí mi padre paz descanse. Alguna cosa buena hizo ese obrero cultivador de hierbas medicinales. En cuanto dejó las hierbas y siguió el tratamiento médico, se fue pal piso. Aunque su enfermedad, es mi sospecha, comenzó cuando --por incitación de mi cuñado-- se empeñó en ponerle veneno a las papas... bueno, historias pasadas, agua que ya no mueve molinos. 

K volvió a invitarme a radiante novia. Buena materia, despertadora psicosomática. Tengo para rato.

Hoy decidí salir del celibato y llamé a una profesional. 50 euros un servicio tranquilo y 100 un servicio especial (lo dijo en inglés). Le dije el de cincuenta y qquedé para mañana.

--Llámame media hora antes.

Jugué en la máquina de Ibra. Metí cinco euros y jugué al cinco. Nada. Me cabreé y metí veinte. Nada. Premio de ocho euros que los pasé a bonos y nada. De perdidos al río, metí otros veinte euros. A la tercera jugada me da quince bonos. En uno, las tres opciones y elijo la primera. 82 euros. Sigo jugando lo que había metido. Salen las campanas. Veinte euros. Al final, descontando lo que metí, gano 52. Meto dos más y nada. Cojo los cincuenta y me retiro. El precio de salir del largo celibato. 



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