lunes, 19 de octubre de 2020

pollos de otra época

 Volví a acordarme de un poema de François Villon. Hago una versión, infiel, la que me dicta la memoria:


Soy un chulo y mi puta está conmigo. 

Nos importa un pimiento la honestidad de la gente honrada. 

Nosotros no somos honestos ni honrados ni queremos serlo. 

Si ella tiene un mal día y no trae dinero a casa

 la miro con desdén y le digo ahí te pudras. 

Mas si llega con el bolso repleto de monedas y billetes 

la colmo de elogios y le preparo una buena cena

 y después vamos al lecho y lo dejamos como si hubiera pasado

por él la barbarie de los hunos y cantamos

y bebemos buen vino y nos decimos a dios gracias, 

y celebramos la existencia de los honestos y honrados

que van a visitarla y escupimos sobre ellos con la alegría de los locos.

Así vivimos y así queremos vivir.


En la escalinata de Ibrahim me entretengo oyendo al que trabaja de segurita y a otro que trabajó un mes y se dijo esto no es lo mío y se fue. Eran aventuras en Las Américas. Una pena no tener buena memoria auditiva. Los cuentos estarían mucho mejor tal como ellos los contaron. Su papel no lo exageraban ni se ponían como los buenos de la película, sino como personajes entre otros de las contiendas que había por allí. Los ingleses copaban el túnel de Las Verónicas y a cada español que entraba le pegaban una zurra. A uno le advirtieron que no pasara por allí y él contestó que tenía todo el derecho de pasar y entró en el túnel. Los ingleses lo rodearon y empezó a recibir y los seguritas se vieron negros para rescatarlo. En el puente del mismo sitio, más de lo mismo. Uno con una pistola, que gracias que no tenía balas. Pero eso lo supieron después. La encargada estatal de la zona era la Guardia Civil, con apenas veinte guardias, y tenían que recurrir a los seguritas para reprimir los pleitos. Se solucionó la cosa cuando esa responsabilidad pasó a la Policía Nacional. Los taxistas iban armados con palos de beisbol porque no pocas veces les destrozaron los taxis. Hablaban de la mujeres; estaban deteniendo a uno y la novia lo atacó por detrás, al que sigue de segurita, y a arañazos le dejó el cuello sangrando. Otro cuento me recordó a uno del dominicano Juan Bosch. Llamó una mujer porque el marido le estaba pegando una somanta, llegaron, sujetaron al marido, este escapó a la zona de la piscina y rabioso empezó a tirar al agua hamacas y sillas. "Déjalo que tire las que quiera", le dijo el compañero (eran dos) y cuando acabó lo obligó a meterse en la piscina y sacar todo lo que había tirado. Esta humillación al marido enfadó a la mujer, que se puso como una fiera y se vieron negros para aplacarla.

--Los jueves empezaban las broncas, los viernes aumentaban y los sábados ya no te digo.

--Yo no llegué al mes. Aquello me superó y no lo pude aguantar...


Se ha oscurecido el día. Qué extraña sensación. ¿Caerá por fin la tormenta?

 

 

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