Estoy cayendo en la autocompasión y en el resentimiento. Mala cosa. Y si añado que las papas y los huevos fritos me sentaron fatal, peor cosa. Feliz quien pueda comer huevos de gallinas y kíkaras sueltas. Pollos de caleya (camino de tierra), dirían en Asturias. Además empieza uno a recordar errores que doblaron el destino para peor, y ya casi tienes el póker del desgraciado. El pensamiento puede ofrecer remedios, pero la sangre se mueve al margen del pensamiento.
En fin, respirar hondo y seguir la batalla, como se pueda.
Encuentro el libro Carta de la Corte de Madrid, del Vizconde de Buen Paso. Lo primero que leo, al abrirlo al azar, es
--Mientras que iguales fuimos, conservaste conmigo una amistad firme y amable, pero al verme infeliz me abandonaste. ¡Costumbre vil!
Sí, es la costumbre. ¿No contó Pamela cómo las gallinas le sacan los ojos al gallo cuando deja de funcionar y se vuelve infeliz? Costumbres sociales de las que me entero por mi amiga virtual de Charco del Pino. También desconocía que a veces el pato macho mata a las cría para seguir folgando con la pata hembra. Si observáramos más a los animales, nos asombraríamos menos de las costumbres humanas, que cuando son de parte nuestra las vemos aceptables y cuando las ejercen otros ponemos el grito en el cielo. En fin, dicen que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Así debe ser y así hay que aceptarlo. A ver si la sangre se entera.
Si me abajo de este burro
donde nos creemos algo
desaparecen los oros
y aparecen los fangos,
las ilusiones se acaban
de contigo bailar tango
y más remedio no queda
que ir a llorar al barranco.
Desde que no cuento el mundo sino que me cuento a mí, voy descarriado. Amanece. Hora de salir al fresco, respirar hondo y parar en seco el póker de picas.
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