sábado, 10 de abril de 2021

notas

 Gallo Fuego me sugiere de venir hoy también a mi casa a pasar la noche en blanco. Le digo que no, que hasta dentro de un mes no quiero saber nada de noches blancas. Y es una pena, su historia es vulgar pero el sabe decirla. La que fue su mujer lo engañaba con su mejor amigo. Fue a la casa de su amigo y lo amenazó. Cumplió su amenaza en el puente de los locos. Una juez lo condenó a pagar daños a la víctima. Cinco años dice que estuvo pagado mensualidades. De su mujer se divorció y ella se quedó con la casa y al cuidado de la hija que tienen en común. Ahora se llevan bien, aunque él dice que la odia. Ya no lo deja tener intimidades de vez en cuando. Ahora está con otro, un pibe del norte más chico que ella y no quiere saber de Gallo Fuego sino que le pase la mensualidad, lo que le corresponde por la hija.

--Yo lo único que le pido es que esté con quien quiera estar pero que no lo meta en mi casa. --La casa es de su propiedad--. Mi hija no tiene por qué estar viendo malos ejemplos.

--Tu hija es consciente de lo que hay, y tú no puedes decir eso. A ti lo que debe importante es que el tío que esté con ella se lleve bien con tu hija --le dijo Serpiente.

Gallo con la cabeza comprende eso. Con lo demás, no lo comprende bien.

La próxima vez que venga, abro esto y que me cuente la historia y la escribo con sus palabras. Palabras que saben encender la leña y darle movimiento y espacio a un cuento común. Recuerdo la tarde que su ex mujer vino a pelarme y él sentado en una silla, mirando. No me dejó solo con ella ni un segundo. Pero esto es otra historia.

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Comienzo con Tragedia de flor de vidrio. El cuento es de un hombre que acecha a una mujer, y la mujer se complace en martirizar al hombre hasta que deja de martirizarlo y lo ama, como sólo saben amar los personajes de Ignacio Gaspar, con la cabeza fría, la intuición tibia como la leche recién ordeñada, y el instinto caliente. En el comienzo de la novela ella ordeña una cabra en una taza y se la ofrece al hombre. Sólo que antes había disuelto en la leche una pimienta de la puta la madre. La madre que la parió. Tendría que contarlo con las palabras de Ignacio en el libro. Pero le quitaría algunas frases que estorban, que te impiden entrar atrapado total en la novela. No sé. Quitando esas frases (con adjetivos metafísicos, cuando es el cuerpo lo que importa) la novela tendría aún más energía, más imán.

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El libro de Pepe Varos lo he dejado a la mitad, pendiente. Su música es cristalina pero su contenido es espeso. Libro ideal para leer en una isla desierta después de un naufragio. Y aún no he ido a Oria. Cuando vaya a Oria y vuelva, volveré a abrir el libro de Pepe. El prólogo, que no era tal cual el prologo indicado --el prologuista, Alberto Linares Brito, protestó, hay errores--, es por ahora lo que más me interesa. Mi sospecha es que ahí se coló una verdad incómoda. En fin, la literatura tiene sus buhardillas y sus sótanos. Ley de vida.

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