martes, 27 de abril de 2021

la luna de los trogloditas

 El baile de los trogloditas en la escalinata de Ibrahim. Llego cuando Mary Cruz cierra la puerta. Uno de la tribu (no voy a poner nombres ni nombretes) baja y se pone a bailar con el culo al aire.

--Chúpame la polla,

--Ya chupé cuarenta hoy, ya me gané los 60 euros.

--Maricona, si están ahí todavía que me bajen...

--Maricón, lo que se hace en casa no se dice, y menos por teléfono

Vuelve la furgoneta que subió al barrio de Los Olvidados. Cargadita de arroz. Me invitan a la paella.

--Jesús, tienes que bajar a la cueva un día.

Quiere decir una noche. A ver como parte la carne, con un machete y un hacha, la que le dan en la recova, para los perros. No me disgusta la idea de bajar a la cueva, a hablar con los perros y con las cabras. 

La luna llena entre tiras de nubes negras forma con la luz letras y figuras. Todos se mueven (Isadora hubiera estado encantada de verlos) en torno a la furgoneta del arroz. Noche de primavera en la que solo faltan mujeres, las mujeres que me enseña otro en el blog, entre ellas la desconocida que la noche del sábado me advirtió que tuviera cuidado de no caerme por la escalinata, porque si me caía la obligaba a bajar a auxiliarme.

El rosal de Jely está más hermoso cada día. Rosas de un rosa amarillo que deslumbra. Incluso en la noche a la luz de la luna, ya caminando sobre la calle del Tanque. Hoy por el día había gorriones pequeños aún cuidados por su madre. Hacía tiempo que no veíamos gorriones. En noches como esta me acuerdo de la agradable mujer que quería casarse conmigo. Un día la llevaron al hospital y ya no volvió. Dios la tenga en su gloria. Me acuerdo de ella y de los años que viví en las cuevitas de la ya desaparecida playa de Los Trabucos. Recuerdo el almanaque del fraile, recuerdo los cacharros de leche condesada convertidos en vasos de vino, el caldero sobre dos piedras y la leña encendida, los peñascos de la playa donde mi prima Mary y yo cogíamos lapas y nos las comíamos crudas... Mis padres me contaron que solían sentarme en un saco sobre la arena y me pasaba tiempo y tiempo jugando con dos piedras. De eso no me acuerdo. Me acuerdo del miedo que en las noches me entraba viendo la montaña del ojo, animal que bebía el agua del mar, las fuentes de agua en Jáguar en los inviernos y el carrito que hizo mi tío José para irla a buscar a San Andrés en los veranos, los cuentos del fantasma de blanco que bajaba de la montaña en las noches y caminaba por la carretera...

El baile de los trogloditas. Me hice una idea de cómo vivían los hombres primitivos. Ellos son nuestros ancestros.

1 comentario:

Egaranda dijo...

Una noche de luna llena, acampado en los molinos de viento en la costa de Granadilla, unos amigos, yo y con la ayuda de la sativa, contemplamos un animal acercándose por el otro extremo de la playa, mar a dentro por la laja típica de la zona una especie de esfinge tipo Anubis jackal. Nos quedamos perplejos y entre el asombro y el miedo no pudimos darle razón a la situación. Años más tarde de sendero-playa observé un asentamiento hippie con un perro guardián de raza egipcio. Entonces lo comprendí.