martes, 15 de junio de 2021

esto y lo otro

 Por la curiosidad que ha despertado, veo trozos de reportajes con el cura amarillo de protagonista. Es un paisano presumido que se deleita con las alusiones sexuales. De carácter es un vanidoso que ejerce de humilde, pero sin llegar al histrionismo total. A simple vista parece buena persona, preocupada por los daños que los poderes políticos están ocasionando a la isla redonda. Tiene una huerta que cuida sin venenos y gallinas con dos gallos y una cabra (en el año de la grabación), a los que cuida con afecto y no desperdicia nada. Aprovecha el estiércol que originan los animales para alimentar la tierra. Y además tiene escritos varios libros con algunas biografías y sobre los guanches (por qué llama guanche a los antiguos habitantes de Las Palmas hubiera sido una pregunta oportuna). Dice que los guanches eran cristianos. A simple vista un disparate, como --más grave-- el que lo tiene ahora en el punto de mira. Pensar disparates lo hacemos todos, así que no hay por qué rajarse las vestiduras. Hacer más caso que el que tiene sólo demuestra no la presunta idiotez de quien lo dijo, sino la idiotez de quien le da una importancia extrema. En un artículo en Diario de Avisos, un columnista, que lo pone verde, lo compara con Pepe Monagas. Eso si que no. Hasta ahí podíamos llegar. Monagas tiene la raíz de un genio. El padre Báez es buen hombre, currante, respetuoso con la naturaleza, buen cultivador y buen cuidador de gallinas y una cabra, y que dice tonterías entre otros dichos que no lo son. Entre col y col, lechuga. Pero no tiene el inmenso saber, y saber estar, del personaje Pepe Monagas y de quien lo hizo suyo. El cura amarillo no me despierta devoción pero me merece respeto. Estar en desacuerdo en eso de que los guanches eran cristianos o con sus últimas declaraciones, no impide que vaya un día a su casa y hojee los libros que ha escrito. Tiene uno sobre un panadero, dictado por el panadero, que quería dejar testimonio de su vida antes de irse, pero un sobrino de Valerón, el panadero, no quiere que ese libro sea conocido.

El que no quiere saber nada del cura canarión, de Telde (buenos chorizos), es Nicolás.

--No me enseñes más nada de ese tipo. A ese tenían que pegarle una paliza, mandarlo al hospital y cuando saliera otra paliza, para que aprenda.

Me pregunta que cuándo seguimos la novela del emigrante que se fue sin saber que dejaba preñada a la novia. 

--Vete pensando cómo vestía, si tenía sombrero, cómo dejó embarazada a la novia...

--Eso es lo que a ti te interesa.

--No tienes que contarlo con pelos y señales pero hay que contarlo, lo mismo que el parto...

No sé si regalarle lo que mi abuelo me contó de sus tiempos en Cuba (en un marco redondo, de bolsillo, tenía la foto de la novia que dejó allí). Historias de cartas también tengo en mi familia, pero no tienen que ver con la del personaje de Nicolás. Entre ellas hay una de un tío, hermano de mi padre, que le escribió a su mujer, con quien tenía una niña, el deseo de volver y conocer a su hija. La mujer le respondió que no se diera prisa, que siguiera ganando y mandando dinero. Mi tío Juan no le escribió más. Desapareció. Dicen que en Venezuela se casó con una mulata y formó nueva familia.

Su mujer, Esperanza, quedó desesperanzada, sin recibir en lo sucesivo ni un bolívar, Medio desesperanzado estoy yo con la cuestión editorial. No sé por qué, me da que me están haciendo el vacío. En fin, habrá que asimilarlo y reunir perras y ser yo mi propio editor. Lo de mandar el borrador a otras editoriales, me da más pereza que reunir yo el dinero y resolverlo aunque sea de un modo doméstico. La obra no es una maravilla pero ningunas ganas tengo de irme dejándola ahí, pudriéndose.

Momentos de introspección. Todos los errores del pasado, como a perro flaco las pulgas, se me arraciman en el cuello, como una soga. Una soga que aprieta pero aún no ahoga. Espero que esta introspección no dure mucho. 


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