miércoles, 9 de junio de 2021

otoño en primavera

 Sabía que eran fantasías imposibles, viajes a voluntad en el espacio y en el tiempo, sin más vehículo que la imaginación, a veces tan intensa que por un momento parecía estar viviendo lo imaginado. Esa facultad infantil ya se me fue a pique. Sólo el opio me ayudaría a levantar los pies del suelo. Pero ya no hay cambullón y no hay opio. Se fue con la juventud, divino tesoro. También se fue el LSD, droga de efectos más engañosos pero no carente de rasgos extraordinarios. ¿Qué queda? La coca cortada, el hachís degradado, el criminal boliche, el caballo y las diseñadas substancias de laboratorios exquisitos. Mantengo el hachís, pero da sentimiento que ya no se parezca en casi nada al libanés doble cero de la desaparecida juventud. A veces, como Villon, no puedo evitar la vana quejumbre, lamentar no haber sido más aplicado cuando fue necesario serlo en lugar de preferir las cigarreras y ebrias farras de la noche. Sin embargo, no todo lo desecha ahora mi memoria. Me acuerdo de la agradable y bella Sara, de cuando recorríamos el barranco, volando sobre las piedras y deteniéndonos bajo los puentes. Nunca me pidió dinero. Todo lo hacía por deseos de estar conmigo. Se enamoró más de mí que yo de ella. Siempre he cometido el error de no amar bien a las mujeres que me amaron.  Cuando estuvimos lejos, me escribía largas cartas contándome episodios de su oficio, el más viejo del mundo. ¿Qué será de esa mujer? ¿Habrá vuelto a Uruguay, su país?

También amé a la muchacha que estuvo huida conmigo quince días en Montaña Roja. La abandoné una triste mañana

con los bolsillos llenos de blues,

enredado en negocios callejeros.

Se va la primavera, y los sentimientos que va dejando atrás parecen de otoño. ¿Por qué será?


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