domingo, 25 de julio de 2021

Parte de una historia, 2

 Ramón me envía otro texto sobre Cabeza de Perro. Su autora: Carmen Hernández. Publicado en 2009. 9 de Agosto.

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En el año de 1800, en el pueblo de Igueste de San Andrés, nació Ángel García en una pequeña casa junto al mar y muy cerca de donde está la Cueva del Agua. El apodo de Cabeza de Perro le venía por sus rasgos físicos. Su cuerpo grueso y rechoncho, con nariz chata y ojos pequeños, su boca grande y dientes separados, y una cabeza deforme y abultada, por lo que siempre la llevaba cubierta para disimular su deformidad.

Ángel García había sido un niño maltratado y solitario, el fruto y la suma de muchas iras y rencores, y así creció, arisco y huraño, hasta que tuvo su barco y con él se sintió libre y poderoso, dando rienda suelta a sus más bajos instintos. Eso sí, jamás asaltó barco alguno que navegara cerca de su isla, a la que volvía de vez en cuando a refugiarse en su casa y donde procuraba pasar inadvertido.

Únicamente a solas con el mar se sentía a sus anchas, y con su barco, El Invencible, surcó los mares y se hizo famoso. Con su cabeza enorme, incapaz de discernir pero capaz de asaltar y asesinar sin piedad hombres, mujeres y niños. Cuando acababa con el saqueo, hundía los barcos y se alejaba en su bergantín sin dejar rastro de sus fechorías.

Cuentan que en una de estas horribles tragedias, cuando se alejaba mirando las olas que se habían tragado su crimen, oyó los llantos de una niña de dos años que se contenía gracias a los faldones de su vestido, y que decía entre sollozos: Mamá, upa, mamá... Mientras se alejaba a toda prisa, Cabeza de Perro se mantenía inmóvil, contemplando como la mar se tragaba el frágil cuerpecillo, y al día siguiente este sanguinario pirata repartió todo su botín entre sus compañeros de pillaje, sin quedarse ninguna parte para él, conservando sólo su argolla de oro y su cuchillo. Vendió deprisa su siniestro barco y decidió que ya era hora de volver a casa.

Además ya el reuma atormentaba su rodilla y los buenos tiempos de la piratería habían pasado, así que volvería a su tierra, a ver pasar los barcos desde la ventana, y quizá podría casarse y tener hijos... y tal vez ya no oiría nunca más a aquella niña gritar sobre las olas: Upa, mamá.

Cabeza de Perro compró entonces un pasaje para Santa Cruz de Tenerife en un barco que salía de La Habana. Compró también tabaco, café en abundancia y una cotorra, y durante la travesía no salió apenas del camarote.

Y una mañana, Ángel García desembarcó en su tierra por primera vez como pasajero, no como pirata. El mismo cargó su equipaje, y con su grotesco aspecto, su cotorra y su paraguas, llamó inmediatamente la atención de los transeúntes del puerto santacrucero, que le dedicaron burlas y cuchufletas. Y entonces sucedió lo imprevisto. De todos los rincones de las callejuelas surgieron una multitud de niños callejeros que no tardaron en rodear al curioso forastero.

Cabeza de Perro arremetió contra todos ellos con su afilado paraguas y entonces los pequeños palanquines la emprendieron a pedradas con él y le arrebataron la jaula de la cotorra, el sombrero y el paraguas, dando en tierra con los huesos del pirata y pateando su cabeza contra los adoquines. Curiosamente, eran los niños, aquellos a los que sin piedad había pasado a cuchillo junto a sus madres, los que lo entregaban a la justicia de los hombres.

Cuando acudieron los guardias, estaba inmóvil pero mantenía en su mano el cuchillo. El singular cuchillo, con el mango de una cabeza de perro, lo delató, y por primera vez en su vida sintió sobre él la mano de la justicia, a la que se sometió humildemente.

Cuentan que en la cárcel se entretenía en fabricar la réplica de un barco en miniatura. Cuando le preguntaban, viendo el primor con que ajustaba las velas y jarcias, para quién era el juguete, contestaba "para una niña que me llora dentro". Fueron los llantos de aquella niña los que volvieron manso al desalmado pirata, y cuando alguien le sugirió la idea de pedir clemencia a la Reina de España, se limitó a contestar cabizbajo y con voz temblorosa: "No es ella la que debe perdonarme".

Pasó largo tiempo en el Castillo de Paso Alto, y cuando se supo la sentencia de su muerte, nadie quiso perderse el espectáculo de su traslado, a pie y entre bayonetas, desde aquella fortaleza hasta el barrio del Cabo, donde tuvo lugar la ejecución. Cuando por fin llegó el día, el sargento encargado le preguntó si deseaba alguna gracia. Y el reo Ángel García, con la cabeza erguida y una ligera sonrisa en su rostro, sólo pidió un buen habano para ir fumándolo y que llevaran su barquito a la Virgen del Carmen de su pueblo, Igueste de San Andrés.

*

En la novela de Zamora un remo es importante en el crimen que sufrió la niña. No sabemos su nombre. Tampoco el nombre del barco asaltado ni el día que fue. Tampoco sabemos el día y mes que nació Ángel García ni la fecha del ajusticiamiento. Tres objetos tienen relieve cuando desembarcó en Santa Cruz: la jaula con la cotorra (pájaro delator), el paraguas rojo y el cuchillo. Su prisión está marcada por la construcción del barco. Y su último día, por el discurso por fuera de la Concepción, las bayonetas y el habano. 

Zamora quiso en su novela que los personajes destacados fuesen tres. La niña, la madre de la niña y el pirata. Las cosas destacadas también son tres. El mar, el barco y el remo. Borges obedecía al número 3 cuando quería dar una relación sucesiva de algo. Ignacio de Loyola hubiese propuesto sentir el episodio tal como lo vivió el pirata, tal como lo vivió la madre y tal como lo vivió la niña. Inocente criatura que no comprendió sino la incomodidad del agua que la envolvía, tal vez también asustada. La crueldad, la impotencia y la inocencia envuelven el cuadro del crimen. El arrepentimiento, la curiosidad y la obligación, el cuadro del fusilamiento.  

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