jueves, 1 de julio de 2021

intrigas

 Rubem Fonseca en uno de sus cuentos dijo que él no disfrutaba escribiendo. No creía que nadie disfrutara escribiendo. Depende. Hay quien no y hay quien sí. Antonio Bermejo no. Dejó de escribir porque la escritura lo hacía sufrir. Fue un narrador que se sumergía en una tristeza sin retorno. Pero su vida de no escritor fue uno de sus cuentos. Algo en parte lo redimió, sin embargo, la publicación de La huida, a cargo de Víctor Ramírez.

Sufrir o no sufrir. Prefiero la indiferencia y el desapego. Prefiero pero no tengo. El ingrato trabajo con la escritura me tiene encarcelado. Casi el único respiro es ir al bar de Ibrahim. Ir y volver.  Menos hoy que bajé a Santa Cruz. Para nada. Nada funciona. Sólo la alegría de encontrarme con Trini. Algo es algo.

Termino de leer la hagiografía de Juan Cruz sobre Pérez Minik. Podía haber ahorrado páginas. En fin. Aparte de la imagen del santo, tres detalles a tener en cuenta. El episodio con el tipógrafo Ascanio, las menciones a Nijota (primo de Pérez Minik), y una confesión de don Domingo que hace comentar a Juan Cruz:

--Los que estuvimos cerca de él nunca indagamos en esta circunstancia personal y no sería bueno que ahora desatáramos especulación alguna.

La cosa  que comenta Juan Cruz (y que yo prefiero callar) es una vuelta de tuerca al dilema de si fue delator o no. El sambenito que le ha puesto García-Ramos en su novela (no resuelto, o peor aún, mal resuelto) ya está plantado y bien regado. Lo otro es inédito. 

Otra estampa liga, de un modo bastante azaroso, mi historia personal con la de Juan Cruz y Minik. El periodista vivió en la casa, en General Goded, donde yo después de él viví. La mujer de JC y mi mujer se conocían y fue quien le facilitó que alquilara esa casa cuando ellos la abandonaron. Una casa que mientras la vivió su amigo, Minik la visitó con frecuencia y la conocía bien. Que le tenía cariño lo expresa en una carta donde cuenta que suele subir hasta allí, con ganas de entrar, pero no puede porque ya la viven otros. Esos otros eran mi mujer y yo. Nunca lo vi, y si lo vi, como si no lo viera. A quien si vi una vez fue a Muguerza, que cuando Carmina vivía sola, en otra casa, un piso de la calle 18 de Julio, mandaba allí a alojarse a militantes que se estaban escondiendo de la policía. 

La frase célebre (por lo menos en ese tiempo) que dejó el filósofo en Canarias fue: "Más vale godo rojo que canario amarillo".

También habla de la estancia en Tenerife del escritor Aldecoa, el autor de la novela Parte de una historia, que trascurre en La Graciosa. De Aldecoa decían amigos de juventud que había estado bailando con Bermejo en la calle Miraflores. Tal vez leyenda. 

Todos son leyendas. Y las leyendas crean historias. La fantasía y la realidad tienen una fusión inevitable. Unos fabrican la realidad y otros la enriquecen o la dañan con la fantasía. Y al revés.

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